Satisfecho y renovado tras un merecido descanso, dejé Udaipur por la mañana temprano, rumbo a Chittorgarh, ciudad famosa por su magnifica fortaleza. Mi estómago seguía tocadillo, pero no el espíritu ni las ganas de seguir descubriendo rincones. Conforme llegué a la estación, cogí un rickshaw directo al fuerte. Una vez arriba, existe la opción de seguir recorriendo la fortaleza con este medio, o bien alquilar los servicios de un guía con moto (yo me decanté por esto último). Ambas opciones son altamente recomendables, ya que los monumentos están bastante dispersos y alejados unos de otros.
Ruinas del palacio de Khumbat
La historia de la fortaleza ejemplifica claramente el carácter del pueblo rajput y su feroz resistencia ante las diferentes invasiones por parte de los mogoles. Se tuvieron que librar tres épicas batallas, hasta que en 1558, Akbar el Grande consiguió conquistar la capital del reino de Mewar. El maharana consiguió escapar y fundó un nuevo feudo en Udaipur. Sólo se salvaron los lohars, la casta de los herreros, que aun hoy día viven con el estigma de la cobardía y la vergüenza.
Templo de Khumbat Shyamji, al lado del palacio
Uno de los numerosos monos que merodean por las ruinas
El conjunto monumental se compone de diversos palacios (todos ellos en ruinas) y algunos templos bien conservados. Pero sin duda, la principal atracción es la torre de la victoria, una joya arquitectónica de 38 metros de altura, esculpida de arriba a abajo, construida en 1448 como homenaje a un importante triunfo militar rajput. Es posible subir hasta el último piso (cuidado con los escalones, que resbalan) y disfrutar de una estupenda vista.
Estanque sagrado, cerca de la torre
Haciendo amigos entre mis congéneres
Por lo demás, aparte de la fortaleza, la ciudad en sí no tiene ningún atractivo, así que al atardecer tomé de nuevo un autobús que me llevaría hasta Kota. El camino se hizo interminable, una verdadera pesadilla. Era de noche, pero por lo poquito que podía vislumbrar, en ocasiones me parecía que el vehículo circulaba por mitad del campo, sin carretera, ni señales ni nada... sólo arbustos, algún que otro cabritillo despistado y baches, muchos baches. Más que baches, trincheras.
Tras la odisea, llegué a Kota hecho fosfatina y con la imagen de una ducha y una cama como único pensamiento. Al final me metí en un hotel, con las letras en devanagari y los empleados sin idea de inglés. Supuso un buen examen, pues, para mis conocimientos de hindi, los cuales fueron suficientes para registrarme y conseguir un pequeño habitáculo, con cama, ducha y televisión por cable, a la que no le hice ni puñetero caso, a pesar de los esfuerzos del recepcionista por mostrarme las ventajas del aparato y su mando a distancia. Me acosté rendido y un pelín apenado porque el viaje estaba a punto de llegar a su fin.
Ruinas del palacio de Khumbat
La historia de la fortaleza ejemplifica claramente el carácter del pueblo rajput y su feroz resistencia ante las diferentes invasiones por parte de los mogoles. Se tuvieron que librar tres épicas batallas, hasta que en 1558, Akbar el Grande consiguió conquistar la capital del reino de Mewar. El maharana consiguió escapar y fundó un nuevo feudo en Udaipur. Sólo se salvaron los lohars, la casta de los herreros, que aun hoy día viven con el estigma de la cobardía y la vergüenza.
Templo de Khumbat Shyamji, al lado del palacio
Uno de los numerosos monos que merodean por las ruinas
El conjunto monumental se compone de diversos palacios (todos ellos en ruinas) y algunos templos bien conservados. Pero sin duda, la principal atracción es la torre de la victoria, una joya arquitectónica de 38 metros de altura, esculpida de arriba a abajo, construida en 1448 como homenaje a un importante triunfo militar rajput. Es posible subir hasta el último piso (cuidado con los escalones, que resbalan) y disfrutar de una estupenda vista.
Estanque sagrado, cerca de la torre
Haciendo amigos entre mis congéneres
Por lo demás, aparte de la fortaleza, la ciudad en sí no tiene ningún atractivo, así que al atardecer tomé de nuevo un autobús que me llevaría hasta Kota. El camino se hizo interminable, una verdadera pesadilla. Era de noche, pero por lo poquito que podía vislumbrar, en ocasiones me parecía que el vehículo circulaba por mitad del campo, sin carretera, ni señales ni nada... sólo arbustos, algún que otro cabritillo despistado y baches, muchos baches. Más que baches, trincheras.
Tras la odisea, llegué a Kota hecho fosfatina y con la imagen de una ducha y una cama como único pensamiento. Al final me metí en un hotel, con las letras en devanagari y los empleados sin idea de inglés. Supuso un buen examen, pues, para mis conocimientos de hindi, los cuales fueron suficientes para registrarme y conseguir un pequeño habitáculo, con cama, ducha y televisión por cable, a la que no le hice ni puñetero caso, a pesar de los esfuerzos del recepcionista por mostrarme las ventajas del aparato y su mando a distancia. Me acosté rendido y un pelín apenado porque el viaje estaba a punto de llegar a su fin.
2 comentarios:
esos monos no son como los del zoologico que te roban si les sale de los cullons???? ya miraste bien al llegar a casa si lo llevabas todo? jejejejejeje tu sieimpre haciendo amigos (aunque sean monos)
No, esta especie suelen ser amistosos (aunque esta ejemplar, en concreto me dio un manotazo cuando se acabó la comida que le ofrecí). Los peores son los otros, que son así como macacos, más pequeños y de pelambre parduzca. Esos son los que me encontré en Hampi, por ejemplo.
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