miércoles, 29 de julio de 2009

Thanjavur y Trichy, el legado de los Cholas

Hubo un tiempo, mucho antes de que los colonos franceses e ingleses llegaran y la liaran parda, en el que el sur de la India estaba gobernado por diversos reinos tribales que se disputaban la hegemonía sobre la península. Uno de ellos, la dinastía Chola, llegó a establecer un prospero y vasto imperio que llegó a extenderse hasta Indonesia y Malasia. Los Cholas establecieron su capital en Thanjavur, importante centro cultural de la región, y considerada el granero de Tamil Nadu por su producción agrícola.

Aquí empecé un largo día, que comenzó la noche anterior. Como comentaba en la anterior entrada, no pude dormir en toda la víspera, así que, a eso de las 5 de la mañana, cuando me cansé de mirar las estrellas sentado en el zaguán, me encaminé hacia el principal punto de interés de la ciudad, el templo de Brihadishwara, la joya de la corona de la arquitectura Chola, y uno de los lugares de la India considerado Patrimonio de la Humanidad. Está dedicado a Nataraja, el Shiva danzante, el cual se puede apreciar en diversas poses en cada uno de los murales. Es un lugar con mucho encanto, sobre todo a esa hora del día, sin apenas visitantes.






Vistas desde el exterior

El resto de la mañana lo pasé callejeando por las calles del centro histórico, entre vacas y cabras. La ciudad iba poco a poco despertando, no eran ni las 9 de la mañana, y yo empezaba a darme cuenta de que aun me quedaba todo el día por delante. Así que decidí hacer algo que en principio no estaba en mis planes: coger el primer tren que pasase rumbo a Tiruchirappalli, también conocida como Trichy, otra de las ciudades históricas donde los Chola dejaron su huella.

La distancia que separa ambas ciudades es muy corta, tan solo una horita de tren, con lo que es absolutamente factible visitarlas en el mismo día. Al llegar a Trichy, cogí un autobús local hacia su monumento más famoso, un templo más, esta vez el de Ranganatha, dedicado a Vishnu, y considerado como el complejo religioso más grande de toda la India.



El lugar consiste en siete muros concéntricos (que representan las siete vidas del ser humano según los hindús), los cuatro primeros atestados de puestos callejeros con parafernalia religiosa, tunantes disfrazados de santos y espabilados que se empeñan en guiarte aunque no quieras. Ya pasado el cuarto muro, una vez dejado mis zapatos en el depósito y sacado mi entrada, pagué 10 rupias más para poder acceder a la azotea del templo desde donde se divisa una bonita panorámica. Craso error si tenemos en cuenta que eran ya las 2 de la tarde, el sol pegaba de lo lindo a esas horas, e iba descalzo, con lo que me achicharraba los pies. Aun así, entre brinco y brinco, conseguí hacer algunas fotillos como estas:





El interior está muy bien conservado y acoge, aparte de cientos de peregrinos desparramados por las galerías, nada más y nada menos que 108 pequeños templos y santuarios dedicados a diferentes dioses. En la mayoría de ellos, los no hindús no pueden entrar. Cuanta incoherencia: por un lado no te dejan pasar (cosa para nada reprochable por respeto a sus creencias), pero por otro lado, si que te piden alguna ofrenda, viendo que eres extranjero y que , por tanto, piensan que no te importa soltar un billete de 100 rupias (poco menos de 2 euros) en la bandejita. En mi caso se equivocaron. “Que colaboren los si hindús”, pensé.





Salí del recinto un pelín agobiado, no sé si porque no había dormido nada, por los pesados buscavidas esparcidos por todas partes, o por la sobredosis de templos que llevaba ya encima, después de Madurai y Thanjavur. Tras el de Ranganatha, me prometí a mi mismo no pisar un templo más (al menos hasta que vaya a los de Khajuraho en septiembre), que ya había sido suficiente. Aun con todo, todavía tenía en mente visitar otro importante monumento en Trichy, el templo de la roca, pero en cuanto descubrí donde estaba encaramado, desistí. Las fuerzas empezaban a decaer.


Las vistas desde lo alto prometían, pero pasé


Iglesia de la Virgen de Lourdes

Efectivamente, la acumulación de horas de viaje y caminatas, sumado a una noche en vela y un calor sofocante, me tocaron la moral. La jornada empezó bien, pero poco a poco el agobio y el cansancio físico fueron influyendo también en mi humor. Ya no sólo me irritaban los conductores de autorickshaw (en Tamil Nadu tocan una bocina a lo Harpo Marx, y a veces suena como un matasuegras) y vendedores varios, sino incluso también los escolares que me saludaban y me pedían una foto con su sonrisa angelical. Ni una sola foto les hice. Es más, a más de uno les mandé a freír espárragos.

Me iba haciendo falta ya un descansito, un lugar donde relajarme lejos del barullo y el jaleo, donde desconectar, algo diferente, por ejemplo, algo como Pondicherry…

viernes, 24 de julio de 2009

Madurai, la ciudad de los templos

Situada en el centro de Tamil Nadu, Madurai es la capital cultural de la región y una de las ciudades más antiguas de la India, con un patrimonio artístico de 2500 años de historia. Es una ciudad muy animada, lugar de transito de números viajeros, peregrinos y comerciantes que llegan de todas partes. El alto número de visitantes hace que también abunden los buscavidas, timadores y demás alimañas que intentan sacar partido de ello. Destacan sobre todo los sastres que insisten e insisten en hacerte un traje a medida, y aquellos que intentan colarte en una tienda, tentándote con las maravillosas vistas de los templos que se ven desde la terraza, para así poder obtener una comisión. A mí se me pegó uno de estos, y me costó quitármelo de encima. Aparte de este incidente, apenas me sentí agobiado, y la gente se comportó muy amablemente conmigo en todo momento.

El principal punto de referencia y lugar de obligada visita, es el templo dedicado a la diosa Meenakshi, una de las esposas del dios Shiva. El recinto es enorme (unas 6 hectáreas), tiene forma rectangular, y en cada uno de los lados hay una espectacular torre (gopuram) de 50 metros de altura, por donde se accede al interior. Aparte de ir descalzo, como en todos los templos hindús, no está permitido el acceso con pantalón corto, por lo que me tuve que buscar algo para cubrir mis provocadoras y peludas piernas. Por 40 rupias me pillé un pedazo de tela con el que me hice un lungi, una especie de pareo muy popular por estas tierras.


Divino de la muerte



Antes de entrar al templo, me entretuve un buen rato admirando y analizando la sensacional decoración de las torres, al más puro estilo dravídico, conocido por su cargada ornamentación. Resulta llamativa la cantidad de figuras de dioses, animales y otros personajes mitológicos, que se superponen en las más variadas poses y expresiones. Vacas voladoras, diablos y dioses con 20 brazos, serpientes y dragones, elegantes bailarinas… todos organizados en perfecta armonía, formando un impresionante conjunto. Estos son sólo algunos detalles:







El interior del templo se compone de largos pasillos que llevan hacia diferentes santuarios donde los fieles adoran a sus deidades. La mayor parte de los mismos están vetados a los no hindús. Aparte de las torres, me gustó el estanque del loto de oro, donde los peregrinos realizan el baño sagrado. Yo no me bañé, pero en cambio tuve la fortuna de ser bendecido por un elefante por una moneda de 5 rupias. El sagrado animal coge la moneda y la deposita grácilmente en una cestita con su trompa, y con la misma te otorga su bendición dándote un trompazo en la cabeza. Un momento único, sin duda, que había que inmortalizar.




Interior del templo


Estanque del loto de oro

Aún vistiendo el lungi, salí por la puerta del norte en dirección al mercado de la ciudad, dejando atrás la piara de timadores y buscavidas que, ya sea en forma de sastres, sacerdotes o “experimentados” guías, aúnan esfuerzos en la caza del guiri. Ya en el animado y bullicioso laberinto de puestos de especias, hierbas aromáticas y verduras de todo tipo, me sentía más cómodo. Es verdad que hay ciertos puntos de interés cultural que el viajero no se puede perder, pero he de reconocer que me gustan más este tipo de ambientes, más cotidianos, más cordiales, más humanos, aunque siga siendo imposible pasar desapercibido. Por mucho que intente mimetizarme entre la gente, sigo llamando la atención y en cuanto ven que soy extranjero, me sonríen y me hacen señas para que les haga una foto. Son situaciones casi siempre divertidas, que te dejan con la sonrisa en la boca durante un buen rato, pero a veces, si que echo de menos eso de andar por la calle como si fuera invisible.







Después de comer, todavía tenía algo de tiempo para visitar otros lugares de interés en Madurai, como el palacio de Tirumalai y el museo de Gandhi. El primero estaba en pleno proceso de restauración, aunque aun así pude entrar. Aparte de carretillas, sacos de cemento y hormigoneras, no vi mucho más. Por su parte, la visita al museo fue más interesante. En su interior se exhiben textos, fotos y diferentes pertenencias de Mahatma, entre las que destaca la túnica que llevaba puesta el día en que lo asesinaron.


Interior del palacio


Museo de Gandhi

El resto del día lo pasé en el autobús, camino de Thanjavur, unos 163 kilómetros al norte de Madurai. Al llegar allí, me alojé en un hostal, el Rajah Rest House, que parecía el motel de Norman Bates. Aparentemente no había nadie, salvo los dos recepcionistas, a cual más extraño. La habitación era un tugurio en toda regla, pero estaba bien de precio (unas 100 rupias). Hubiera sido suficiente si no fuera porque el cuarto era un horno, y el ventilador apenas tenía potencia. Esto, sumado a la masiva presencia de mosquitos, y que la almohada era tan blanda como un yunque, me garantizaron una noche en vela, sin pegar ojo, lo que me pasaría factura al día siguiente.

martes, 21 de julio de 2009

Kanyakumari, la punta de India

Enclavado en el extremo sur de la península índica, cobijado en el cabo Comorín, se halla el pequeño pueblo de Kanyakumari, el Finisterre indio. Un sitio que, debido a su particular situación geográfica, justo en la confluencia de tres masas de agua (el océano Índico, el mar Arábigo y la bahía de Bengala), lo convierten en un punto especial de visita casi obligada para muchos viajeros. De hecho, la localidad vive básicamente del turismo.

Aparte de un importante enclave a nivel geográfico, Kanyakumari es un lugar de una gran significancia espiritual para los hindúes. Miles de peregrinos llegan cada año para visitar el templo de la diosa Devi, esposa de Shiva, y darse un baño en las aguas del mar, consideradas sagradas.




Vista general del cabo

Dos de las cosas que uno no puede perderse en Kanyakumari son la salida y la puesta de sol. Por lo visto, en abril es posible incluso ver ponerse el sol y salir la luna simultáneamente. Al atardecer no pude llegar a tiempo el primer día, así que a la mañana siguiente me levanté a eso de las 6 para presenciar el espectáculo del alba. Una vez llegué a la orilla, me encontré con una multitud de curiosos, que como yo habían madrugado para ver amanecer. El ambiente era estupendo, pero todos nos quedamos con las ganas ya que los grises nubarrones no nos dejaron disfrutar del evento. Pese a todo, mereció la pena el madrugón, aunque sólo sea para contemplar como el mar ruge embravecido a estas horas, con olas que se estrellan salvajemente contra los riscos.




Amanece que no es poco

A unos 400 metros de la orilla, hay una agrupación de rocas donde se encuentran dos puntos de interés a los que se puede visitar tomando un ferry por 20 rupias. Por un lado, el memorial construido en honor al mítico monje y filósofo Swami Vivekananda, que atravesó el país desde las montañas del Himalaya pregonando sus enseñanzas, y estuvo meditando durante 3 días en uno de estos peñascos, antes de viajar a Estados Unidos al congreso mundial de religiones. Fue uno de los primeros en introducir el yoga y la filosofía vedanta en Occidente, y en India se le venera como a un santo.

En la roca de al lado está la espectacular estatua de Thiruvalluvar, autor de unos de los poemas épicos más importantes de la literatura hindú. La estatua mide 133 pies (unos 40 metros), uno por cada uno de los capítulos del libro, y está rodeada de 10 elefantes, que representan las 10 direcciones del Universo. Es posible subir hasta la cabeza, desde donde se contempla una magnifica vista.




Memorial de Vivekananda



Ya de vuelta a la orilla, aun me quedaban unas horas para seguir visitando el pueblo antes de coger el autobús hacia Madurai, mi próximo destino. Primero eché un vistazo al templo, al que para entrar no sólo me hicieron quitarme los zapatos, sino también la camiseta. Después estuve en el memorial en honor a Gandhi. El edificio está diseñado de forma tal que, el día 2 de octubre, cumpleaños de Gandhi, un rayo de sol entra por un orificio y cae justo en el sitio donde se depositaron las cenizas de tal ilustre personaje antes de lanzarlas finalmente al mar.





Me sentía satisfecho y contento por haber decidido en su momento “trasponer” hasta tan mágico lugar. Vale la pena pegarse 18 horas de tren desde Bangalore, para llegar hasta aquí, sentarse en una roca, como en su día hizo Vivekananda, y evadirse disfrutando de la inmensidad del oceano, escuchando el ruido de las olas, divisando el horizonte, contemplando las diferentes tonalidades entre azul y verde de los 3 mares que confluyen aquí, sintiéndose divino por unos instantes… La única pena es no haber podido admirar ni el amanecer ni el ocaso. Pero bueno, quizás en la próxima ocasión, quien sabe.

domingo, 19 de julio de 2009

Impresiones del sur

Viajar es maravilloso...

Una vez más estoy de vuelta de otra gran peripecia, con nuevas vivencias e imágenes para el recuerdo, aun frescas en mis retinas. Otra gran experiencia, corta pero intensa y muy buen aprovechada. En general he disfrutado de todos los atractivos de un buen viaje, aunque sin llegar al nivel del que hice por Rajasthan hace 5 meses. En aquel estuve acompañado durante casi el tiempo de estudiantes locales, que me acogieron y aportaron sus conocimientos acerca de la zona que estaba visitando. En este último he viajado sin compañía, aunque no me he sentido solo en ningún momento. Era como si todo el mundo estuviera viajando conmigo..no sé, una sensación difícil de explicar con palabras, como si todo estuviese interconectado y sincronizado para que yo pudiese disfrutar al máximo de cada instante.


Amanecer en Kanyakumari


“Dosa”, plato típico del sur, servido en la clásica hoja de platanero

Cierto es que también he tenido algunos momentos de agobio, por ejemplo a la hora de encontrar alojamiento, transporte, o el camino hacia tal o cual destino, pero siempre he podido salir del paso y continuar adelante. Estos pequeños baches son también parte de la magia del viaje y no se pueden evitar, y menos aquí en este país. Por supuesto, ni que decir tiene que en ningún momento he visto peligrar mi integridad. Creo que si hay algún país en el que uno se siente al 100% seguro viajando solo de aquí para allá, ese es la India.


Camino del templo más grande de la India, en Trichy


Mujeres en Madurai

Tras un largo viaje en tren desde Bangalore recorriendo el estado de Kerala y su espectacular paisaje, llegué hasta Kanyakumari, el extremo sur del subcontinente, y primer punto en mi itinerario. Desde aquí fui atravesando el estado de Tamil Nadu dirección norte, haciendo escala en ciudades tales como Madurai, Thanjavur y Trichy, famosas por sus monumentos ancestrales. Si en Rajasthan los fuertes y los palacios fueron los protagonistas, en este último viaje he visitado especialmente templos, algunos verdaderamente espectaculares. Aparte, he podido disfrutar de la preciosa costa índica, como en mi última parada en las playas de Pondicherry, la merecida guinda final del trayecto.


Vista desde el tren, atravesando Kerala


Pescadores en Pondicherry

Después de este tipo de correrías, es cuando uno se da cuenta de lo privilegiado que soy por estar en un sitio como este, y que de verdad merece la pena permanecer aquí y disfrutar hasta el último minuto. Me han venido muy bien estos cinco días fuera, la verdad. En definitiva, que me siento satisfecho y contento después de esta nueva aventura, la cual iré relatando con detalle durante los próximos días. Permanezcan atentos a sus pantallas, pues. Ahora toca seguir con las clases de nuevo, a ver si os vais a creer que aquí estoy todo el día de cachondeo, hombre.

jueves, 9 de julio de 2009

Sprint final

Mi etapa india ya tiene fecha de despedida. El otro día compré el billete con el que el 7 de octubre volveré a España dejando atrás un año de aventuras y desventuras en este país. Me quedan pues todavía tres meses en los que seguir sacándole jugo a la experiencia, a poder ser visitando nuevos lugares, enriqueciéndome como persona, disfrutando de lo bueno, y aprendiendo de lo malo, soportándolo de la forma más estoica posible como llevo haciendo desde que llegué.



Es llegado a este momento cuando toca hacer de nuevo un pequeño balance de cómo están yéndome las cosas a nivel personal, y hablar un poquito de mis sentimientos y pensamientos con respecto a lo que me rodea. Cierto es que desde mi vuelta de Estambul en abril, he de reconocer que he tenido más la mente puesta en el futuro que me espera en Lituania junto a mi pareja, que en lo que estoy viviendo aquí. Incluso ha habido momentos de bajón en los que me he planteado tirar la toalla (sobre todo recuerdo aquellos días de abril y mayo en Delhi), y volver a Europa. Pero no, al momento he sabido reflexionar, abrir los ojos y darme cuenta de que la experiencia que estoy viviendo aquí es tan única e irrepetible que merece la pena saborearla hasta el final.



No sólo estoy aprendiendo muchas cosas sobre una cultura tan fascinante como la india, incluyendo su idioma, arte, música, etc, sino que a día de hoy sigo conociendo gente fantástica, personalidades singulares, valores a enmarcar, con los que con un poco de suerte podré mantener el contacto en el futuro. Ya a nivel personal, la experiencia me está ayudando a descubrir tanto mis fuerzas como mis debilidades, probando mi capacidad de reacción y mi nivel de paciencia en muchas ocasiones. También a nivel profesional, día a día me sigo formando como docente, mejorando en todos los aspectos, creando nuevas actividades, materiales, consolidando habilidades que van a ser mis mejores armas para garantizarme un buen futuro.



Ni que decir tiene que, una buena parte de esta actitud positiva, se debe al cambio de aires de Delhi a Bangalore. A pesar de que echo de menos a mucha buena gente en la capital, no cabe duda de que aquí se vive mejor. El tiempo es una pasada, se puede salir normalmente (aunque cierren todo a las 11:30 pm), y me alimento mejor (aunque he bajado a los 75 kilos). Las condiciones no pueden ser más favorables para disfrutar de este momento de mi vida. De todas formas, volveré a Delhi a mitad de agosto, más que nada porque aún me quedan algunos sitios relevantes a los que viajar por allí arriba.



Hablando de viajes, este domingo por la noche salgo unos días a recorrer el sur de la India, empezando por Kanyakumari, el extremo sur del subcontinente, confluencia de tres mares, uno de los pocos lugares desde donde disfrutar la puesta del sol y la salida de la luna al mismo tiempo. Vaya pedazo de aperitivo. Vuelvo el día 19, y en cuanto llegue me pongo a contaros que tal. Después de eso, escapadas aparte, aún quedarán temas de los que tratar, así que a esta ventana al mundo que es este blog, le queda cuerda para rato. Espero poder seguir enganchándoos a los que ya lo estéis, y despertar la curiosidad a los que todavía no han visitado estas páginas, que son tan vuestras como mías.

¡Un saludo!

domingo, 5 de julio de 2009

Coorg: bienvenido a la jungla

Al este de Karnataka, bordeando con el estado de Kerala, a unos 200 kilómetros de Bangalore, se extiende la región de Coorg (o Kodagu), conocida como la Escocia de India. Sus verdes colinas llenas de exuberante vegetación tropical, hectáreas y hectáreas de plantaciones de café y té, y tortuosos caminos por donde perderse haciendo senderismo, son sus principales distintivos. Uno de mis alumnos, Sidhart, nos invitó a Marta y a mí a pasar la noche del jueves en una casa de campo que tiene en esa zona, a unos pocos kilómetros de Madikeri, la capital del distrito. Un lugar idílico, rodeado de selva por todas partes, en el que poder pasar unos días de retiro disfrutando de la naturaleza. La pena es que nos teníamos que volver la noche siguiente, pero aun así aprovechamos bien el tiempo.





Tras el viaje nocturno y el formidable descanso (no recuerdo la última vez que dormí tan bien, la verdad), salimos por la mañana temprano a dar un paseo por los alrededores de la casa, atravesando estrechos senderos, bajando y subiendo por cuestas resbaladizas, teniendo en cuidado con no pegarse una piña, y disfrutando del maravilloso paisaje. Pasamos un buen rato a pesar de la pesada lluvia que no nos dejó durante toda la estancia, salvo contadas treguas. En el fondo teníamos que agradecer el chaparrón, de no haber ocurrido lo mismo no podíamos haber ido, ya que la casa de Sidhart se abastece por completo de energía hidroeléctrica.


Sidhart y yo, paraguas en mano. Vaya estampa.




Marta subiendo los riscos.

Pero no era ni la lluvia, ni lo abrupto del terreno lo que más nos preocupaba. La principal pesadilla del senderista que recorre Coorg es la presencia de numerosas sanguijuelas que, silenciosamente y sin que te des cuenta, acoplan sus boquitas a tus extremidades y te chupan la sangre hasta que se sacian y se despegan. Lo peor es que lo hacen sin que te des cuenta, cuando te muerden no notas absolutamente nada. Sólo, una vez que acaban su sangría, se percibe una ligera irritación. Así que lo mejor es llevar, aunque parezca un contrasentido, pantalones cortos, para vigilar que no se te adhieran a las piernas y poder despegártelas a tiempo. Para ello, aconsejan usar sal o bien fuego.


Una pequeña muestra de lo que son capaces de hacer estas criaturitas.


Lo de Marta parecía más bien una cornada.

Después de la caminata matutina, subimos en coche hasta Madikeri, un tranquilo pueblecito que es la principal localidad de Coorg. Atravesamos un bullicioso y animado mercado hasta llegar a las tumbas de los rajás, los antiguos reyes de la tribu de los Kodavas, antiguos pobladores de la zona, descendientes de los persas y kurdos. Allí, una amable anciana nos abrió los cerrojos que custodian los mausoleos, aunque el interior no tiene mucho interés. Mucho más espectaculares, sin duda, son las cataratas Abbi (Abbi Falls), a unos 8 kilómetros del centro del pueblo, en donde también hicimos un alto. Antes de volver a nuestro refugio, paramos a comer un buen plato de cerdo frito, una de las especialidades de la región junto con el café.


Exterior de las tumbas.


Vendedor de pollos en el mercado.


En las cataratas Abbi.

En resumen, la escapada estuvo muy bien, aunque se nos hizo corta. Sidhart se comportó genial con nosotros en todo momento; otra gran persona de la que me siento afortunado por haberla conocido y con la que espero poder seguir en contacto cuando vuelva a Europa. Él vive en Escocia con su mujer, así que no será difícil volver a vernos. Todo un grande este chaval.