Hubo un tiempo, mucho antes de que los colonos franceses e ingleses llegaran y la liaran parda, en el que el sur de la India estaba gobernado por diversos reinos tribales que se disputaban la hegemonía sobre la península. Uno de ellos, la dinastía Chola, llegó a establecer un prospero y vasto imperio que llegó a extenderse hasta Indonesia y Malasia. Los Cholas establecieron su capital en Thanjavur, importante centro cultural de la región, y considerada el granero de Tamil Nadu por su producción agrícola.
Aquí empecé un largo día, que comenzó la noche anterior. Como comentaba en la anterior entrada, no pude dormir en toda la víspera, así que, a eso de las 5 de la mañana, cuando me cansé de mirar las estrellas sentado en el zaguán, me encaminé hacia el principal punto de interés de la ciudad, el templo de Brihadishwara, la joya de la corona de la arquitectura Chola, y uno de los lugares de la India considerado Patrimonio de la Humanidad. Está dedicado a Nataraja, el Shiva danzante, el cual se puede apreciar en diversas poses en cada uno de los murales. Es un lugar con mucho encanto, sobre todo a esa hora del día, sin apenas visitantes.
Vistas desde el exterior
El resto de la mañana lo pasé callejeando por las calles del centro histórico, entre vacas y cabras. La ciudad iba poco a poco despertando, no eran ni las 9 de la mañana, y yo empezaba a darme cuenta de que aun me quedaba todo el día por delante. Así que decidí hacer algo que en principio no estaba en mis planes: coger el primer tren que pasase rumbo a Tiruchirappalli, también conocida como Trichy, otra de las ciudades históricas donde los Chola dejaron su huella.
La distancia que separa ambas ciudades es muy corta, tan solo una horita de tren, con lo que es absolutamente factible visitarlas en el mismo día. Al llegar a Trichy, cogí un autobús local hacia su monumento más famoso, un templo más, esta vez el de Ranganatha, dedicado a Vishnu, y considerado como el complejo religioso más grande de toda la India.
El lugar consiste en siete muros concéntricos (que representan las siete vidas del ser humano según los hindús), los cuatro primeros atestados de puestos callejeros con parafernalia religiosa, tunantes disfrazados de santos y espabilados que se empeñan en guiarte aunque no quieras. Ya pasado el cuarto muro, una vez dejado mis zapatos en el depósito y sacado mi entrada, pagué 10 rupias más para poder acceder a la azotea del templo desde donde se divisa una bonita panorámica. Craso error si tenemos en cuenta que eran ya las 2 de la tarde, el sol pegaba de lo lindo a esas horas, e iba descalzo, con lo que me achicharraba los pies. Aun así, entre brinco y brinco, conseguí hacer algunas fotillos como estas:
El interior está muy bien conservado y acoge, aparte de cientos de peregrinos desparramados por las galerías, nada más y nada menos que 108 pequeños templos y santuarios dedicados a diferentes dioses. En la mayoría de ellos, los no hindús no pueden entrar. Cuanta incoherencia: por un lado no te dejan pasar (cosa para nada reprochable por respeto a sus creencias), pero por otro lado, si que te piden alguna ofrenda, viendo que eres extranjero y que , por tanto, piensan que no te importa soltar un billete de 100 rupias (poco menos de 2 euros) en la bandejita. En mi caso se equivocaron. “Que colaboren los si hindús”, pensé.
Salí del recinto un pelín agobiado, no sé si porque no había dormido nada, por los pesados buscavidas esparcidos por todas partes, o por la sobredosis de templos que llevaba ya encima, después de Madurai y Thanjavur. Tras el de Ranganatha, me prometí a mi mismo no pisar un templo más (al menos hasta que vaya a los de Khajuraho en septiembre), que ya había sido suficiente. Aun con todo, todavía tenía en mente visitar otro importante monumento en Trichy, el templo de la roca, pero en cuanto descubrí donde estaba encaramado, desistí. Las fuerzas empezaban a decaer.
Las vistas desde lo alto prometían, pero pasé
Iglesia de la Virgen de Lourdes
Efectivamente, la acumulación de horas de viaje y caminatas, sumado a una noche en vela y un calor sofocante, me tocaron la moral. La jornada empezó bien, pero poco a poco el agobio y el cansancio físico fueron influyendo también en mi humor. Ya no sólo me irritaban los conductores de autorickshaw (en Tamil Nadu tocan una bocina a lo Harpo Marx, y a veces suena como un matasuegras) y vendedores varios, sino incluso también los escolares que me saludaban y me pedían una foto con su sonrisa angelical. Ni una sola foto les hice. Es más, a más de uno les mandé a freír espárragos.
Me iba haciendo falta ya un descansito, un lugar donde relajarme lejos del barullo y el jaleo, donde desconectar, algo diferente, por ejemplo, algo como Pondicherry…
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