jueves, 8 de octubre de 2009

Epílogo

Llegó el momento de volver a casa. Final de una gran etapa. He regresado ya a España, contento y satisfecho después de un año inolvidable viviendo este país al máximo, soportándolo en lo malo y disfrutándolo en lo bueno. Ha habido de todo aunque el balance general es bastante positivo. He tenido la oportunidad de descubrir lugares increíbles, de conocer más a fondo una cultura fascinante, de aprender una nueva lengua (al menos lo básico), y de conocer a gente maravillosa, estudiantes, colegas, viajeros, familias… a los que espero poder a volver a ver en un futuro no muy lejano.



De todas maneras, ya estaba deseoso de terminar. Y es que, como ya he comentado otras veces, India, y en concreto Delhi, no es el lugar más cómodo para llevar una vida medio normal, más si tenemos en cuenta que mi salario era bastante bajo, incluso para los estándares indios, y las oportunidades de disfrutar del ocio, tal y como lo entendemos aquí, están reservadas para unos pocos privilegiados. Luego, a la hora de moverse, el transporte público es un desastre, y los “autorickshaw” siempre me pedían más de la cuenta por ser extranjero, por mucho hindi que les hablase. Todo ello quita las ganas de salir a cualquiera. Aparte, aun teniendo dinero suficiente, trabajaba seis días a la semana, con lo que me pasaba casi todo el tiempo en el instituto, ya sea dando o preparando clases. Y bueno, luego estaba el tema del tráfico, polución, suciedad, etc, que a la larga acaba cansando al más paciente.



Pese a todo no me arrepiento de haber pasado un año de mi vida allí. Creo que ha sido una experiencia bastante positiva, que me ha puesto a prueba, y que me ha hecho descubrir cualidades en mí que hasta ahora no había tenido la oportunidad de sacar a la luz. Ahora no lo puedo percibir tan claramente, pero estoy seguro que a largo plazo mi manera de ver la vida cambiará en cierto sentido, y que me hará valorar mucho más todo lo que me rodea. De hecho, ya lo estoy haciendo. Me parece casi irreal eso de poder pasear por la calle sin oír apenas un pitido, pudiendo andar por una acera, con autobuses que se paran para que la gente se suba y se baje, etc.



Y volviendo al otro lado de la moneda, también reconozco que echaré de menos ciertas cosas. Por ejemplo, la bondad, la sencillez y el respeto de la gente, la intensidad con la que se viven las tradiciones, ciertas comidas, el colorido de los trajes (en especial, los de las mujeres), y las sonrisas de los niños.



En definitiva, un año de extremos, con subidas y bajadas, y momentos tanto para enmarcar como para olvidar, en un país de contrastes, con gente de todo tipo, y en el que te puede ocurrir de todo. Sin duda, os recomiendo que hagáis una visita, y si tenéis la oportunidad, pasad allí una temporada larga para descubrirlo más a fondo, más allá de la percepción del turista.



Y esto es todo. Doy por finalizado pues este diario de bitácora que ha sido este blog, que espero haya servido a muchos, no sólo para los que se han ido preocupando de mi día a día, como mis seres queridos, sino también a futuros viajeros y curiosos que quieren conocer más de esta increíble India. Muchas gracias a todos por haber estado ahí, ya sea siguiéndolo fielmente desde el principio, o echándole un ojo de vez en cuando. Agradezco inmensamente todos vuestros comentarios y espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo escribiéndolo.

¡Viva la India!

domingo, 4 de octubre de 2009

Khajuraho, erotismo entre las piedras

Situado en plena campiña india, en el estado de Madhya Pradesh, el pequeño y tranquilo pueblo de Khajuraho atrae cada año a miles de turistas de todos los rincones del planeta, atraídos principalmente por sus templos, y en particular, por las esculturas eróticas que allí se encuentran. Allí me encontré con un antiguo estudiante, Mahindra, a quien ya prometí en su momento que visitaría. Junto a él y otros estudiantes (el español es el idioma de moda allí) pasé unos momentos muy agradables, que me hicieron rememorar aquel gran viaje por Rajasthan. Que pena que solamente me quedara un día. Me alojé en el hotel Surya, propiedad del tío de otro de mis alumnos, que me hizo un precio especial. El sitio está bastante bien, os lo recomiendo.

Los templos de Khajuraho fueron construidos por la dinastía de los Chandela, entre los siglos X y XIII. En aquellos tiempos había unos 85 templos, pero hoy día solo quedan 22, distribuidos en tres grandes grupos: templos del oeste, del este y del sur. Los primeros son, con diferencia, los más bellos e interesantes, y aquí fue donde comenzamos la visita.






Jabalí en el templo de Varaha



Lo más destacable e interesante, más que la arquitectura de los templos, son las sensacionales esculturas que se puede ir encontrando en sus paredes. La mayoría son representaciones de divinidades, animales y sensuales ninfas en diferentes escenas cotidianas. Y entremezcladas entre unas y otras, varias escenas eróticas. Toda una orgía de figuras practicando sexo en las más variadas posturas y maneras: dúos, tríos, sexo oral, anal e incluso zoofilia. Un despiporre, vamos.







Los historiadores no han llegado aún a un acuerdo acerca del origen y propósito de estas esculturas eróticas. Existen diversas teorías, pero la mayoría relacionan estas creaciones con el Kamasutra. No hay que olvidar que este libro, no era simplemente un listado de posturas sexuales, sino que iba encaminado a mejorar la mente y el alma de la persona por medio de otras practicas. Siguiendo la filosofía tántrica, el sexo tiene un carácter espiritual y se concibe como una forma de abandonar y negar el propio ego, y así acercarse más a lo divino que todos tenemos dentro.
Sin embargo, y aunque esta interpretación tiene su lógica, existen algunas esculturas, en concreto aquellas que representan escenas de sexo con animales, que escapan a toda explicación. Lo que está claro es que al que se le ocurrieron tenía bastante guasa.


En tiempo de guerra todo hoyo es trinchera





Después del grupo del oeste, hicimos una parada en Treasure Chest, la tienda de artesanía que regenta Shyam, el tío de Mahindra, que además es guía turístico. Tras invitarnos a un té, se ofreció a acompañarnos a visitar los templos del este, y así de paso practicar su español. Dichos templos son, en su mayoría, jainistas, y no conservan ningún rastro de erotismo en sus paredes. De todas formas, aún podemos hallar un magnifico conjunto de esculturas, especialmente en el templo de Parsvanath, el más grande de todo este grupo.





Según las recomendaciones, el grupo de templos del sur apenas tiene interés, con lo que preferí pasar el resto del día visitando la aldea natal de Mahindra, Pahadi Bawan, a unos 20 kilómetros de Khajuraho. Allí estuvimos un rato en casa de su familia, una gente adorable y muy hospitalaria, con los que tuve el placer de compartir mesa (o suelo, para ser más exactos). Fue genial el poder pasear por un lugar tan recóndito, donde quizás ningún extranjero había estado antes o, al menos, no era tan habitual el ver a uno tan de cerca. La situación me recordó mucho a lo vivido en Renwal, el pueblo de mi querido amigo Hemindra.






Mahindra y familia



De vuelta al pueblo, mientras Mahindra conducía su moto, yo estaba abstraído en el paisaje, consciente de que aquel era ya el último viaje en India, al menos en este periodo. Ante mi fueron pasando uno por uno todos aquellos lugares, personas, momentos, que han hecho de esta etapa de mi vida, una experiencia inolvidable. No sé si fueron los recuerdos o el polvo del camino, pero se me llegó a escapar una lagrimilla. Khajuraho supone el punto y aparte a un gran viaje, aprovechado hasta el último suspiro. Ahora, a falta de casi 24 horas para dejar este país, llega el momento de hacer balance, tanto de lo bueno como de lo malo, y prepararse para una nueva fase: la del reencuentro y readaptación a circunstancias totalmente diferentes. Pero eso me lo reservo para la próxima entrada, la última, ya desde España. Hasta entonces pues.

viernes, 2 de octubre de 2009

Bodhgaya, tras los pasos de Buda

Después de Varanasi, continué mi camino en tren hacia el Este, hasta llegar a Gaya, en el estado de Bihar, donde casi tengo que dormir en la estación. Coincidía con el festival de Dussera (más información aquí), uno de los más multitudinarios de la India, así que casi todos los hostales y hoteles estaban ocupados. Al final di con una pensión bastante lúgubre, pero suficiente para reposar. A la mañana siguiente por fin pude alcanzar Bodhgaya, a unos 12 kilómetros, un pequeño pueblecito considerado unos de los principales lugares de peregrinación para los budistas. Fue aquí donde, allá por el siglo VI a.C, el príncipe Siddharta alcanzó la Iluminación debajo de una higuera, y pasaría a ser conocido desde entonces como Buda.



Bodhgaya es una localidad bastante tranquila y acogedora, donde la mayor parte de la actividad transcurre en torno al templo de Mahabodhi, patrimonio de la Humanidad, y uno de los lugares más venerados y sagrados del budismo. En el centro del recinto se encuentra la stupa (tipo de monumento funerario budista) principal, de unos 52 metros de altura, en cuyo interior se halla una estatua de Buda hecha totalmente de oro.







Pero sin duda, el principal punto, alrededor del cual se concentra la mayor parte de peregrinos que acuden al templo, es el árbol sagrado, debajo del cual Buda alcanzó el Despertar después de siete semanas meditando, y descubrió las llamadas cuatro Verdades, en las que se concentran sus enseñanzas. En resumen, dichas verdades vienen a decir que:
1- La vida no es de color de rosa, y el sufrimiento existe y es universal.
2- La causa del sufrimiento es el deseo, y este procede de la ignorancia.
3- El sufrimiento no es algo eterno, sino que es posible acabar con ello.
4- A través del llamado “Noble camino” alcanzamos el cese del sufrimiento y podemos alcanzar el nirvana.
Justo al lado del árbol, se conservan un par de huellas, se suponen que pertenecientes al Iluminado.





A pesar de haber nacido en la India, el budismo aquí es una religión minoritaria (sólo un 0,8 % de la población es budista). Las invasiones musulmanas acabaron con la mayor parte de los templos y empujaron a los seguidores de Buda hacia el Oriente. Por otra parte, los budistas se oponían al sistema de castas lo que les hizo ganarse la antipatía de los hinduistas. Estos consideran a Buda una reencarnación más del dios Vishnú, y no como el creador de una doctrina totalmente independiente.




Algunos monjes realizando sus ejercicios espirituales

Aparte de la stupa principal y el árbol sagrado, el complejo de Mahabodhi cuenta con un jardín dedicado a la meditación, un estanque (que huele a pez muerto que tira para atrás) y una estupenda y bien cuidada área cubierta de césped, sobre el que echarse y disfrutar de una tranquila atmósfera, desconectando del barullo del exterior sin ser molestado por el “estudiante” de turno. Si, aquí abundan los presuntos estudiantes, que supuestamente solo buscan practicar el idioma, pero que en el fondo solo les interesa que les sueltes algo de dinero por explicarte cuatro cosas del pueblo. Con un “no” rotundo basta para quitárselos de encima.




También está esta columna, en la que si uno logra posar una moneda encima, todos sus deseos se cumplirán

Entre los atractivos de Bodhgaya también se encuentran una serie de monasterios, donde están representados varios países donde se practica el budismo. Cada uno de ellos tiene su particularidad. En su interior se guardan diversas reliquias y en sus paredes se narran diferentes episodios de la vida de Buda a través de magníficos frescos, como en el de Bhután o el Tibet. Por último, casi saliendo del pueblo, se encuentra una estatua gigante de Buda, de unos 19 metros de altura, construida por los japoneses.




Monasterio de Bhután


Monasterio de Thailandia

Al igual que a la llegada a Gaya, con los problemas de alojamiento, el festival de Dussera me volvió a fastidiar a la vuelta. Con el barullo de gente, no había forma de encontrar un tempo (especie de autorickshaw, pero algo más grande), y los que había pedían cantidades astronómicas. Para colmo había tormenta y estaba diluviando. Menos mal que al final encontré a una familia india muy maja, a la que me acoplé, para así compartir gastos. Ya en la estación, aún me quedarían 5 horas de espera hasta que saliera mi tren, a eso de las 2 de la madrugada. De todas formas no me aburrí. Aquí en la India, cada dos por tres llega alguien y se pone a hablar contigo de repente, y ya tienes conversación para una hora al menos (y si hablas algo de hindi, pues mucho más). Como Gunjen, un chico que también esperaba el mismo tren y con el que pasé un rato bastante ameno. Son este tipo de situaciones tan espontáneas y naturales las que sin duda echaré de menos a la vuelta.


El diablo Ravana a punto de ser quemado, poco antes de la tormenta


Gunjen en los aledaños de la estación


Estación de Gaya de medianoche (aunque podría ser cualquier otra en la India)

Como conclusión de mi paso por Bodhgaya, decir que el sitio no es nada del otro mundo, a no ser que os apasione el budismo. Vale que el templo de Mahabodhi tiene su punto, y que se respira muy buen rollo allí dentro, pero no creo que merezca mucho la pena la visita si tenemos en cuenta lo mal conectada que está con otros lugares de interés. Aparte, las opciones de alojamiento a buen precio son muy escasas, y para los que os interese ir de compras, aquí no vais a ver nada que no podáis encontrar en cualquier otra ciudad india y por un mejor precio. Aun así, tampoco puedo decir que haya sido un chasco. Me acabé llevando buenos momentos y detalles, y una hojita del árbol sagrado que ya forma parte de mi colección de fetiches, junto a mi garrafita de agua del Ganges o la estampita del Gurú Nanak. Un poco pamplinas que es uno, que le vamos a hacer.

jueves, 1 de octubre de 2009

Varanasi, infierno y paraiso

Magia en la podredumbre, hedor en la fragancia, encanto en el miasma, horror en el ensueño…así es Varanasi, una ciudad fascinante a la orilla del Ganges, que no deja indiferente a ningún visitante. Un lugar a ratos adorable, a ratos odiable. Lo mejor y lo peor del país concentrados en un punto imprescindible para conocer su esencia e idiosincrasia. Todo un plato fuerte para empezar mi último viaje en la India, al menos por este año.







La atmósfera que se respira en la ciudad es impresionante y difícil de describir con palabras. La espiritualidad y la tradición reposan en cada rincón, al mismo tiempo que la suciedad y la inmundicia. Gente de todo tipo y calaña inundan sus estrechas calles, desde los apacibles santones hasta los revoltosos y traviesos pequeñajos, y por encima de todo, los buscavidas a la caza del turista, que llegan a ser de verdad desesperantes aquí. De todo ello se desprende un sentimiento continuo que oscila del amor al odio en cuestión de segundos.







Varanasi no es un sitio en donde visitar fabulosos palacios ni templos. Es una ciudad para vivirla, para deleitarse con su ritmo de vida que no se ha detenido desde tiempos ancestrales. Un buena forma de empezar a explorar este increíble lugar es recorriendo los ghats, escalones que bajan hasta el mismo borde del rio, donde se respira una frenética actividad a todas horas. Aquí se concentran representantes de los más diversos oficios: barberos, curanderos, videntes y, por supuesto, masajistas, claramente distinguibles por querer estrechar la mano del primer extranjero que vean, para intentar engatusarle con un pequeño masajito de bienvenida.






Instante en Dasashwanedh Ghat, el más céntrico y concurrido

Algunos de estos ghats, como el Manikarnika, son usados como crematorios, en los que los cadáveres se queman hasta convertirse en cenizas, que posteriormente son arrojadas al Ganges. Aquellos que se lo pueden permitir, queman a sus muertos en hogueras alimentadas con leña de buena calidad que garantiza una incineración total. Si la familia es pobre, utilizan el crematorio eléctrico. Por su parte, cuando muere un sadhu (hombre santo), un recién nacido, embarazada, o cualquier persona herida por la mordedura de una cobra, se lanza el cadáver directamente al agua, ya que se consideran seres puros e incorruptos.


Montones de leña, preparada para el siguiente fiambre





Otra zona en la que impregnarse del ambiente de Varanasi es el Chowk, el barrio antiguo, que bordea los ghats. Un verdadero laberinto de estrechas callejuelas, donde se hace necesario preguntar a los locales cada dos por tres para conseguir orientarse y encontrar el camino. Infinidad de olores de todo tipo llegan procedentes de los rincones más recónditos. Una gran parte de sus habitantes son comerciantes que no cesan de ofrecer sus productos. Con un buen y persistente regateo se pueden obtener muy buenas gangas. Aparte, también abundan las vacas. Las hay a montones y en ocasiones pueden llegar a colapsar toda la vía.








En ocasiones hay que hacer auténticas virguerías para poder transitar

Uno de los espectáculos visuales más bellos que se pueden presenciar en la India, tiene lugar en Varanasi cada mañana, cuando los fieles hindús y también musulmanes realizan las abluciones o baño sagrado. La mejor forma de presenciar el ritual es alquilando una barca que os lleve a recorrer la orilla. El momento más apropiado para empezar el recorrido es al amanecer, exactamente una media hora antes del mismo. Sin duda, es algo que nadie debería perderse. Fascinante.







A pesar de que el baño en el Ganges supone una limpieza total de espíritu para los hindús, no debemos olvidar que las aguas de este rio son una fuente potencial de enfermedades, con una concentración de más de un millón de bacterias diferentes por cada 100 ml. Pese a ello, no resulta nada extraño encontrarse no solo a gente chapoteando, sino también lavándose los dientes e incluso bebiéndose el agua como quien se toma un café.







Entre la admiración y la repugnancia, la serenidad y el agobio, así me moví durante mi paso por Varanasi, una ciudad que te pone a prueba. Podría ser quizás una pequeña síntesis de toda mi estancia en la India, la cual ha transcurrido también entre momentos de gloria y otros en los que he estado a punto de dejarlo todo y largarme. Por suerte, he conseguido aguantar hasta el final y poder estar ahora contando todo esto. Ha merecido la pena, desde luego.