martes, 21 de julio de 2009

Kanyakumari, la punta de India

Enclavado en el extremo sur de la península índica, cobijado en el cabo Comorín, se halla el pequeño pueblo de Kanyakumari, el Finisterre indio. Un sitio que, debido a su particular situación geográfica, justo en la confluencia de tres masas de agua (el océano Índico, el mar Arábigo y la bahía de Bengala), lo convierten en un punto especial de visita casi obligada para muchos viajeros. De hecho, la localidad vive básicamente del turismo.

Aparte de un importante enclave a nivel geográfico, Kanyakumari es un lugar de una gran significancia espiritual para los hindúes. Miles de peregrinos llegan cada año para visitar el templo de la diosa Devi, esposa de Shiva, y darse un baño en las aguas del mar, consideradas sagradas.




Vista general del cabo

Dos de las cosas que uno no puede perderse en Kanyakumari son la salida y la puesta de sol. Por lo visto, en abril es posible incluso ver ponerse el sol y salir la luna simultáneamente. Al atardecer no pude llegar a tiempo el primer día, así que a la mañana siguiente me levanté a eso de las 6 para presenciar el espectáculo del alba. Una vez llegué a la orilla, me encontré con una multitud de curiosos, que como yo habían madrugado para ver amanecer. El ambiente era estupendo, pero todos nos quedamos con las ganas ya que los grises nubarrones no nos dejaron disfrutar del evento. Pese a todo, mereció la pena el madrugón, aunque sólo sea para contemplar como el mar ruge embravecido a estas horas, con olas que se estrellan salvajemente contra los riscos.




Amanece que no es poco

A unos 400 metros de la orilla, hay una agrupación de rocas donde se encuentran dos puntos de interés a los que se puede visitar tomando un ferry por 20 rupias. Por un lado, el memorial construido en honor al mítico monje y filósofo Swami Vivekananda, que atravesó el país desde las montañas del Himalaya pregonando sus enseñanzas, y estuvo meditando durante 3 días en uno de estos peñascos, antes de viajar a Estados Unidos al congreso mundial de religiones. Fue uno de los primeros en introducir el yoga y la filosofía vedanta en Occidente, y en India se le venera como a un santo.

En la roca de al lado está la espectacular estatua de Thiruvalluvar, autor de unos de los poemas épicos más importantes de la literatura hindú. La estatua mide 133 pies (unos 40 metros), uno por cada uno de los capítulos del libro, y está rodeada de 10 elefantes, que representan las 10 direcciones del Universo. Es posible subir hasta la cabeza, desde donde se contempla una magnifica vista.




Memorial de Vivekananda



Ya de vuelta a la orilla, aun me quedaban unas horas para seguir visitando el pueblo antes de coger el autobús hacia Madurai, mi próximo destino. Primero eché un vistazo al templo, al que para entrar no sólo me hicieron quitarme los zapatos, sino también la camiseta. Después estuve en el memorial en honor a Gandhi. El edificio está diseñado de forma tal que, el día 2 de octubre, cumpleaños de Gandhi, un rayo de sol entra por un orificio y cae justo en el sitio donde se depositaron las cenizas de tal ilustre personaje antes de lanzarlas finalmente al mar.





Me sentía satisfecho y contento por haber decidido en su momento “trasponer” hasta tan mágico lugar. Vale la pena pegarse 18 horas de tren desde Bangalore, para llegar hasta aquí, sentarse en una roca, como en su día hizo Vivekananda, y evadirse disfrutando de la inmensidad del oceano, escuchando el ruido de las olas, divisando el horizonte, contemplando las diferentes tonalidades entre azul y verde de los 3 mares que confluyen aquí, sintiéndose divino por unos instantes… La única pena es no haber podido admirar ni el amanecer ni el ocaso. Pero bueno, quizás en la próxima ocasión, quien sabe.

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