El pasado jueves, aprovechando que más de media ciudad se paralizó para votar, con lo que no trabajaba ni Dios ese día, me fui con un grupo de alumnos a visitar uno de los monumentos más emblemáticos de Delhi: el Fuerte Rojo, declarado recientemente Patrimonio de la Humanidad. Una enorme fortaleza edificada por los mogoles en 1640, que simboliza la gloria de este imperio, y que ha sido testigo de numerosos acontecimientos importantes en la historia de la India, como la revuelta de los cipayos (soldados indios en las filas británicas) en 1857.
Puerta de Lahore
Lo primero que te encuentras es una galería llena de tiendas, que es mejor ignorar si no queréis que os claven. A continuación, justo de frente nos encontramos con el Diwan-i-Am, la sala de audiencias públicas, donde destacan sus bonitos arcos y algunos relieves en mármol.
Al fondo, Naqqar Khana, la casa del tambor, en cuya parte superior se situaban los músicos que recibían a las comitivas.
Siguiendo en línea recta por el jardín, hallamos otros edificios, construidos en mármol blanco, destinados a diversas funciones y que dejan adivinar la grandeza y el esplendor de antaño. Destaca, sobre todo el Diwan-i-Khas, donde el emperador recibía a sus visitas privadas, flanqueado por otros pabellones, entre los que está el hamman. A la izquierda se alza la Moti Masjid, o mezquita de la perla, construida por el emperador Aurangzeb para su uso personal.
Interior del Diwan-i-Khas
Pasando la mezquita, salimos hacia un jardín que en otros tiempos tuvo que ser una pasada, pero que ahora se ve bastante deslucido, principalmente por la falta de agua. Aparte, para rematar, alrededor hay varios edificios bastante feos añadidos por los británicos durante la ocupación, que estropean el conjunto. Aunque bueno, esto no es nada comparado con las muchas aberraciones que propició el imperialismo inglés en esta zona del planeta.
Después del fuerte, me fui con mis estudiantes a dar una vuelta por Chandni Chowk, justo al ladito, en busca de parathas (un tipo de pan relleno de verdura) y thalis (platos combinados), con la clásica parada en Ghantewalla para comprar dulces. En definitiva, un día genial, debido en gran parte por el estupendo grupo que me acompañó. Desde luego, en buena gente, a los indios no hay quien les gane, me encantan.
sábado, 9 de mayo de 2009
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