lunes, 3 de noviembre de 2008

Jaipur y alrededores

Inaugurada a mitad del siglo XVIII, Jaipur es la capital del Rajasthan, y por tanto la ciudad menos tranquila, más ruidosa y con más tráfico de toda la región. Se le conoce como "la ciudad rosa" por el color de sus edificios, la mayoría repintados en 1875, con motivo de la visita del príncipe de Gales. A pesar del caos del centro, las calles de la ciudad están muy bien organizadas, con grandes avenidas, cruzadas en perpendicular por callejuelas llenas de bazares, con productos de todo tipo.





El primer día de visita, estuvimos por los alrededores de la ciudad, empezando por Amber Palace, una imponente fortaleza a unos 10 km de Jaipur, residencia oficial de las principales dinastías rajputas durante siglos.



Tras cruzar la puerta de Ganesh (dios de la suerte y la sabiduría, con cabeza de elefante), accedemos al jardín de las mujeres, con sus tres habitaciones alrededor: una para el verano, otra para el invierno y la tercera para el monzón. En este área era donde las esposas de los maharajás y sus sirvientas estaban obligadas a permanecer.





En la parte más antigua de la fortaleza se halla el Man Singh Palace, el gineceo, el lugar destinado a las concubinas del maharajá (más de 300, como se lo montaba), sus danzas y juegos erótico-festivos.



A un kilómetro de distancia y cuesta arriba, se alza otra fortaleza, Jaigarth Forth, un lugar interesante en el que, entre otras cosas, podéis ver el cañón Jaivan, el más grande del mundo, con 50 toneladas de peso, y disfrutar de unas sensacionales vistas de Amber Palace.





De vuelta a Jaipur, nos detuvimos a orillas de un lago para ver (aunque sea de lejos) el Jal Mahal (el palacio del agua), no abierto al público y totalmente abandonado. Una pena porque el lugar tiene bastante encanto.



El segundo día fuimos directamente al Palacio de la Ciudad, en el centro de Jaipur, un conjunto de patios y palacetes, en el que sólo se pueden visitar unas pocas salas convertidas en pequeños museos (a destacar el museo de armas). El resto está ocupado por el maharajá de Jaipur y su séquito. No obstante, merece la pena la visita. Con la entrada te dan una audioguía, pero sólo tenían en inglés con acento británico, así que como no podía entender casi nada (me recordó a mis primeros días trabajando en Transcom, atendiendo a clientes ingleses), pues lo devolví.


Mubarak Mahal, con un museo de vestidos en su interior



Por la puerta que acabáis de ver, se accede a la sala de Audiencias, donde destacan dos jarrones de plata de 345 kg y 9000 litros de capacidad, según el libro Guiness, los objetos de plata más grandes del mundo. Sirvieron para transportar el agua del Ganges que el maharajá necesitaba para sus abluciones, en uno de sus viajes. Una de las muchas "chominadas" y caprichos de los maharajás majaras estos, que se la suda completamente que su pueblo se esté muriendo de hambre, mientras ellos se pasean en Rolls Royce y les tiran flores. Pena, penita, pena.





Justo al lado del palacio, se halla el Jantar Mantar, el observatorio de Jaipur, con un montón de instrumentos de medición, entre ellos el reloj de sol más preciso del mundo.





Y a continuación, un vistazo a la fachada (dicen que el interior no merece la pena) del edificio más famoso de Jaipur, el Hawa Mahal (palacio de los vientos), construido de manera que el viento pudiera circular para así refrescar la atmósfera. Una pasada.



Después de esto, poco más. Una siestecilla en los jardines de Ram Niwas, cerca del museo Albert Hall. Estaba cerrado, pero de todas formas, merece la pena contemplar el exterior del edificio y la cantidad de palomas que se acumulan en los aledaños. Aquí las alimentan pero bien. Nada de la viejecilla con el cucurucho de papel, que va. Aquí de repente te aparece un mazacote con un saco de pienso y ¡hala! toda la rotonda llena de palomas.



1 comentario:

Alfonso dijo...

Yo vi el Hava Mahal cubierto de andamios, como me suele ocurrir cada vez que viajo, sólo que en esta ocasión los andamios eran tan pintorescos que formaban parte del paisaje: se trataba de enormes bambús atados entre sí con nudos de cuerda de cáñamo... Y, por cierto, quienes trabajaban en ellos no eran obreros de casco y mono azul, sino mujeres mayores con sari...