Llega el momento de partir y también de adquirir esos artículos, tanto para los seres queridos como para uno mismo, que recuerden mi paso por esta increíble tierra. En todo este año, a través de diferentes viajes, he ido acumulando algunas cosillas, pero todavía me quedaba gente a quien obsequiar, aparte de diversos objetos para adornar mi futura vivienda allá en Lituania. Así que este lunes, aprovechando que era festivo en el instituto, me fui con Manish, uno de mis mejores alumnos, y sus dos compañeros de piso, para dedicar el día completo de tienda en tienda, en busca de lo mejor al mejor precio.
Ir de compras aquí en la India puede llegar a ser una experiencia divertida, o una agobiante pesadilla, según el tiempo, el dinero, y la paciencia del que uno disponga. En la mayoría de tiendas es necesario regatear, y escudriñar bien para obtener algo acorde con el precio que piden. Para asegurarse de que no nos van a estafar, una buena opción son los emporiums, tiendas del estado que suelen tener precios algo más elevados, pero donde la calidad está asegurada. Además, es una buena forma de ahorrar tiempo y energía, ya que se puede encontrar casi de todo en un mismo lugar. En Delhi, uno de los más populares es el Central Cottage Industries Emporium, en la zona de Janpath, cerca de Connaught Place, el primer lugar que visitamos y donde me dejé la mayor parte de mi presupuesto. Y es que muy difícil resistir la tentación de comprar ante tanta variedad y calidad de productos. A lo largo de tres pisos, se puede encontrar prácticamente de todo: ropa, objetos decorativos, juguetes, libros, muebles, pinturas… Un lugar muy recomendable y que, la verdad, no me pareció tan caro teniendo en cuenta la calidad ofertada.
Justo debajo de Connaught Place hay una galería subterránea llamada Palika Bazar, por donde también pasamos. Es famosa especialmente por la ropa, muy barata, pero no siempre de buena calidad, y también por los artículos de electrónica y los DVD´s de películas de Bollywood.
Después de una pausa para comer, fuimos a otro de los lugares más visitados por los extranjeros a la hora de comprar recuerdos: el mercado de Pahar Ganj, la zona donde se suelen alojar la mayoría de mochileros, al lado de la estación de ferrocarriles de Nueva Delhi. Aquí también podéis encontrar bastante variedad. Destacan especialmente los productos de estilo hippie, como bolsos, colgantes, y todo tipo de prendas de vestir.
Al llegar a casa, a pesar de haberme traído una cantidad considerable de souvenires, me quedé con esa sensación de que me había dejado algo por comprar. Efectivamente, hay todavía un par de cosillas que quisiera llevarme a casa, pero espero poder encontrarlas durante el próximo viaje que empiezo en dos días, por Varanasi, Bodhgaya y finalmente Khajuraho. Aprovecho pues para despedirme de todos hasta la semana que viene, la ultimísima. ¡Hasta entonces!
martes, 22 de septiembre de 2009
miércoles, 16 de septiembre de 2009
...y por fin el Taj
Este pasado lunes pude disfrutar, junto con Antonio, Siddhart (otro profesor) y algunos estudiantes, de uno de los últimos lugares imprescindibles que me quedaban por ver aquí: el archiconocido y legendario Taj Mahal. Una de las maravillas del mundo actual, situado en la ciudad de Agra, a tres horas de tren de Delhi. La que en su día fue la gloriosa capital del imperio mogol, es actualmente otra ciudad india más, sucia, contaminada y caótica. Debido a la presencia de tan magnífico monumento, es uno de los principales destinos turísticos del país, con lo que la presencia de timadores, vendedores y supuestos guías agobiantes, buscavidas, conductores de “autorickshaws” y demás escoria, prolifera de manera espectacular.
No se me olvidará nunca el recibimiento en la estación, con una marabunta de personas, peleándose entre si, cuales cuervos en busca de carroña, a ver quien era el primero en ofrecer sus servicios, ya sea en forma de conductor o guía. Menos mal que por allí andaba también Gopi, uno de mis estudiantes, que junto a su amigo (cuyo nombre no puedo recordar) nos acompañaron en todo momento, y nos ayudaron a negociar precios y a quitarnos de encima a los más insistentes.
Pese a todo, para quien visita la India es casi una obligación pasar por esta ciudad, aunque solo sea por un día, como hicimos nosotros. Vale mucho la pena, aunque solo sea por disfrutar en vivo de imágenes como esta:
Puerta principal
El Taj Mahal es un complejo arquitectónico donde destaca un enorme mausoleo, totalmente simétrico, construido enteramente en mármol blanco entre los años 1631 y 1653, bajo el mandato del emperador mogol Shah Jahan. Éste, totalmente destrozado por la muerte de su esposa preferida, Mumtaz Mahal (que significa algo así como “adorno del palacio”), prometió construir un monumento en su honor, el cual no pudiera igualarse a ninguno en el mundo. Como ningún arquitecto podía llegar a plasmar un proyecto lo suficientemente digno, el emperador mandó asesinar a la prometida del arquitecto más celebre del imperio, para que así pudiera comprender el dolor que se sentía. Tras ello, el arquitecto comprendió a la perfección la idea del mandatario, y así el insigne monumento empezó a cobrar forma.
El edificio central, que cobija las tumbas del emperador y su esposa, está decorado en su interior por versículos del Corán. Los dos sarcófagos de mármol del centro están vacios. Los originales se hallan en una cripta subterránea, cerrada porque se encuentra totalmente inundada.
El mausoleo está flanqueado por otros dos edificios. A la izquierda, hay una mezquita, y a la derecha, el jawab, una réplica exacta que hacía las veces de casa de invitados.
Detalle de una de las cúpulas de la mezquita
Rio Yamuna, a las espaldas del mausoleo
Existen varias leyendas e hipótesis en torno al Taj Mahal. Una de ellas dice que Shah Jahan planeaba edificar una copia idéntica al otro lado del rio, construida en mármol negro, para ser enterrado allí a su muerte, pero que al final su hijo Aurangzeb desbarató sus planes y acabó sepultándolo junto a su favorita.
Pero sin duda, la historia más repetida y difundida, aunque nunca ha llegado a ser demostrada, es aquella que dice que el emperador, tras acabar la obra, ordenó cortar las manos y cegar a todos los trabajadores que habían intervenido en el proyecto, para que así no volvieran a poder repetir ninguna construcción semejante que pudiera igualar al Taj.
Vista de los jardines
Aparte de por el Taj Mahal, Agra también es conocida por su Fuerte Rojo, que no visitamos por diversos motivos. Primero, entre el calor que hacía y el cansancio acumulado de los días anteriores, unido al madrugón para pillar el tren, necesitábamos reposar un rato. Segundo, ya estábamos cansados también de tanto pesado, con lo que optamos por alejarnos de la zona turística, y dar una vueltecilla por otras zonas menos concurridas.
Acabamos el día de compras en una de las más grandes y mejores tiendas de artesanía que he podido ver desde que estoy aquí, Oswal Arts (www.oswalonline.com), donde Gopi había estado trabajando unos años, con lo que nos hicieron un pequeño descuento. El sitio tiene prácticamente de todo, destacando los objetos de mármol, la especialidad de la región.
Impresionante réplica del Taj Mahal
Artesano en plena faena
Aunque no ha sido ni mucho menos el mejor lugar que he visitado nunca, no se puede negar que el conjunto del Taj Mahal es sencillamente precioso y que está lleno de magia en cada rincón. Pero el estupor ante la belleza presenciada se me pasó muy pronto, a decir verdad, y en cuanto le dimos una vuelta al mausoleo, ya no había mucho más que hacer allí. No digo con esto que su fama no sea para tanto, sin embargo prefiero los lugares que rebosan más vida.
De todas maneras, se trataba de pasar un buen día y pienso que lo conseguimos. Además, fue una despedida estupenda para Antonio, compañero y gran amigo, que a estas horas tiene que estar ya en suelo chino, empezando una nueva aventura. Para él va dedicada esta entrada. Te vamos a echar mucho de menos, campeón.
No se me olvidará nunca el recibimiento en la estación, con una marabunta de personas, peleándose entre si, cuales cuervos en busca de carroña, a ver quien era el primero en ofrecer sus servicios, ya sea en forma de conductor o guía. Menos mal que por allí andaba también Gopi, uno de mis estudiantes, que junto a su amigo (cuyo nombre no puedo recordar) nos acompañaron en todo momento, y nos ayudaron a negociar precios y a quitarnos de encima a los más insistentes.
Pese a todo, para quien visita la India es casi una obligación pasar por esta ciudad, aunque solo sea por un día, como hicimos nosotros. Vale mucho la pena, aunque solo sea por disfrutar en vivo de imágenes como esta:
Puerta principal
El Taj Mahal es un complejo arquitectónico donde destaca un enorme mausoleo, totalmente simétrico, construido enteramente en mármol blanco entre los años 1631 y 1653, bajo el mandato del emperador mogol Shah Jahan. Éste, totalmente destrozado por la muerte de su esposa preferida, Mumtaz Mahal (que significa algo así como “adorno del palacio”), prometió construir un monumento en su honor, el cual no pudiera igualarse a ninguno en el mundo. Como ningún arquitecto podía llegar a plasmar un proyecto lo suficientemente digno, el emperador mandó asesinar a la prometida del arquitecto más celebre del imperio, para que así pudiera comprender el dolor que se sentía. Tras ello, el arquitecto comprendió a la perfección la idea del mandatario, y así el insigne monumento empezó a cobrar forma.
El edificio central, que cobija las tumbas del emperador y su esposa, está decorado en su interior por versículos del Corán. Los dos sarcófagos de mármol del centro están vacios. Los originales se hallan en una cripta subterránea, cerrada porque se encuentra totalmente inundada.
El mausoleo está flanqueado por otros dos edificios. A la izquierda, hay una mezquita, y a la derecha, el jawab, una réplica exacta que hacía las veces de casa de invitados.
Detalle de una de las cúpulas de la mezquita
Rio Yamuna, a las espaldas del mausoleo
Existen varias leyendas e hipótesis en torno al Taj Mahal. Una de ellas dice que Shah Jahan planeaba edificar una copia idéntica al otro lado del rio, construida en mármol negro, para ser enterrado allí a su muerte, pero que al final su hijo Aurangzeb desbarató sus planes y acabó sepultándolo junto a su favorita.
Pero sin duda, la historia más repetida y difundida, aunque nunca ha llegado a ser demostrada, es aquella que dice que el emperador, tras acabar la obra, ordenó cortar las manos y cegar a todos los trabajadores que habían intervenido en el proyecto, para que así no volvieran a poder repetir ninguna construcción semejante que pudiera igualar al Taj.
Vista de los jardines
Aparte de por el Taj Mahal, Agra también es conocida por su Fuerte Rojo, que no visitamos por diversos motivos. Primero, entre el calor que hacía y el cansancio acumulado de los días anteriores, unido al madrugón para pillar el tren, necesitábamos reposar un rato. Segundo, ya estábamos cansados también de tanto pesado, con lo que optamos por alejarnos de la zona turística, y dar una vueltecilla por otras zonas menos concurridas.
Acabamos el día de compras en una de las más grandes y mejores tiendas de artesanía que he podido ver desde que estoy aquí, Oswal Arts (www.oswalonline.com), donde Gopi había estado trabajando unos años, con lo que nos hicieron un pequeño descuento. El sitio tiene prácticamente de todo, destacando los objetos de mármol, la especialidad de la región.
Impresionante réplica del Taj Mahal
Artesano en plena faena
Aunque no ha sido ni mucho menos el mejor lugar que he visitado nunca, no se puede negar que el conjunto del Taj Mahal es sencillamente precioso y que está lleno de magia en cada rincón. Pero el estupor ante la belleza presenciada se me pasó muy pronto, a decir verdad, y en cuanto le dimos una vuelta al mausoleo, ya no había mucho más que hacer allí. No digo con esto que su fama no sea para tanto, sin embargo prefiero los lugares que rebosan más vida.
De todas maneras, se trataba de pasar un buen día y pienso que lo conseguimos. Además, fue una despedida estupenda para Antonio, compañero y gran amigo, que a estas horas tiene que estar ya en suelo chino, empezando una nueva aventura. Para él va dedicada esta entrada. Te vamos a echar mucho de menos, campeón.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Dharamsala, el pequeño Lhassa
En el año 1959, más de 80.000 personas procedentes del Tibet, se vieron obligadas a dejar sus casas y tierras, tras la cruel y devastadora respuesta del ejército chino ante la sublevación popular, a raíz de la invasión ocurrida en 1950, en la que China invadió la región, aniquilando a miles de personas inocentes y destrozando gran parte del legado cultural de este pueblo. Los tibetanos buscaron protección y refugio en diversos países, entre ellos la India. Dharamsala, en las montañas del norte del país, fue la región elegida por Nehru, el primer ministro indio en aquella época, para ofrecer asilo a millares de personas, entre los que se encontraba el actual Dalai Lama, que sigue gobernando desde aquí a su pueblo. Hoy día, la población exiliada (unos 10.000 habitantes) sigue afanándose por mantener vivas sus costumbres, su religión y su lengua, siempre con la esperanza viva de que algún día las cosas lleguen a cambiar en su tierra natal, y el soñado retorno se convierta en realidad.
Dharamsala se compone de diversas aldeítas, que se extienden por la falda de la montaña hasta los 1800 metros de altitud. El lugar en donde se encuentran la mayoría de albergues, hoteles y lugares de interés es Mc Leod Ganj, a 5 kilómetros de Lower Dharamsala, donde me dejó el autobús. Llegué ya de noche, tarde para coger un bus carretera arriba, así que me alojé allí mismo, en el primer hotelillo decente que encontré, el hotel Shiva. Contar como anécdota que esa noche no había ningún huésped (la verdad es que el hotel tenía pinta de no haber alojado a nadie en mucho tiempo…), así que la pasé solo allí dentro, todo para mí. El único personal era la dueña que, tras abrirme, me dio las llaves para que cerrara la puerta principal, y se fue a dormir a su casa, 100 metros más arriba.
Bueno, no se puede decir que estuviera totalmente solo…
Vistas de Mc Leod Ganj
Ya a la mañana siguiente cogí un autobús hasta Mc Leod Ganj, donde no me costó encontrar un alojamiento en condiciones a un precio módico. Subiendo por Bhagsu Road hay unos cuantos recomendados. Yo me alojé en la Loseling Guesthouse, regentado por unos monjes budistas muy apañados. Siguiendo por la misma carretera, se llega a la aldea de Bhagsu a 3 kilómetros. El paseo es bastante agradable y por el camino se puede disfrutar de unas vistas fantásticas. Pasando la aldea hay una cascada, que suele estar llena siempre de visitantes, pero no por ello deja de tener su encanto. Para empezar la visita no estuvo nada mal.
De nuevo en Mc Leod Ganj, me di mi primera vuelta por el pueblo. El primer punto de interés es el templo budista de Nagmyalma, construido para recordar a las personas que lucharon por la autonomía e independencia del Tibet. Esta rodeado por una hilera de cilindros que los fieles van girando al tiempo que recitan sus mantras y rodean el edificio en el sentido de las agujas del reloj.
Al final del pueblo se halla la residencia oficial del Dalai Lama. Éste, en ocasiones, concede audiencias públicas y da algunas conferencias, en las que los viajeros también son bienvenidos. Yo quise probar suerte y ver si por casualidad ese día había alguna, pero por lo que me dijo el de la recepción, para ello hacía falta registrarse con unos días de antelación, y aún así no estaba garantizada la asistencia. En fin, otra vez será.
Justo al lado de la casa del líder tibetano, se encuentra el monasterio de Namgyal donde conviven unos 200 monjes, que se reúnen en los aledaños para conversar, recitar sus oraciones y realizar sus ejercicios espirituales, en un ambiente muy distendido. El visitante es siempre acogido con una sonrisa, y para muchos es un placer el poder compartir una pequeña charla, siempre y cuando el lenguaje no suponga una barrera.
Me estaba sintiendo muy bien en este lugar, así que decidí agotar hasta el final mis mini vacaciones, y hacer la vuelta por la noche, en lugar de viajar durante el día, como lo tenía previsto. Así que aun me quedaba una segunda jornada para seguir disfrutando de la magia de esta tierra. Por la mañana, de nuevo me fui a hacer senderismo, haciendo la ruta hasta el lago Dal (unos 3 km.). El paseo hasta allí no está mal, aunque del lago solamente quede el nombre, ya que me lo encontré totalmente seco. Pero, sin duda, lo mejor fue la visita que hice a una de las aldeas infantiles que hay en Dharamsala, la TCV (Tibetan Children´s Village), una institución caritativa que se encarga del cuidado y la educación de unos 15.000 niños, muchos de ellos huérfanos, y otros con sus padres todavía en Tibet. Aparte del cuidado físico, psicológico y espiritual, la asociación imparte un modelo de educación, en el que el patrimonio cultural del Tibet está siempre presente, no solo a nivel lingüístico. Se trata de inculcar un sentimiento de identidad nacional, para que estos niños sigan manteniendo la esperanza y la ilusión de regresar algún día a su tierra natal.
Si queréis más información, o estuvierais interesados en realizar alguna donación económica o apadrinar un niño, aquí os dejo el email de contacto y la página web:
headoffice@tcv.org.in
www.tcv.org.in
En Dharamsala existen varias oportunidades de realizar trabajos voluntarios para la comunidad. Una de las asociaciones más activas en este aspecto es Lha (www.lhasocialwork,org), en cuya sede ya había estado durante el primer día, colaborando en clases de conversación en inglés, para exiliados tibetanos. Al día siguiente regresé a compartir un rato con ellos. Fue bastante interesante y, en ocasiones, emotivo, como aquel momento en el que hablábamos de nuestros sueños, y la mayoría ansiaban un Tibet libre y en paz. Me pareció una experiencia genial. Por otra parte, Lha también organiza numerosas actividades para los visitantes, como sesiones de yoga, cursos de tibetano, de masajes terapéuticos, o de cocina tibetana. Yo me matriculé en uno dedicado a hacer momos, una especie de pasta rellena de verdura y/o carne, muy típicos de la región. Aquí podéis ver el resultado:
Teng Zhuo, la profesora, un encanto de persona
Me dio mucha pena cuando tuve que partir. No sólo porque significaba la vuelta a casa y el fin de otro gran viaje, sino porque las emociones experimentadas en los dos últimos días fueron tales que la estancia en Dharamsala se me hizo cortísima. Ha sido uno de los lugares visitados en los que mejor me he sentido en todo momento. Me quedé con ganas de más, pero bueno, esto me pasa cada vez que me voy de vacaciones.
Desde entonces hasta el día de hoy, han pasado ya más de dos semanas, en las que casi no he tenido un respiro. El trabajo se ha duplicado justo ahora que me queda menos de un mes para mi partida. Aparte tuve unos días especialmente complicados en los que traté de conseguir la extensión del visado, luchando contra la necia y kafkiana burocracia india. Una pesadilla que, por suerte, acabo bien. Pero lejos de estresarme, sigo intentando ver lo positivo que todavía me queda por vivir aquí. De momento, este lunes voy por fin a Agra, a visitar el Taj Mahal, y a finales de mes, el último viajecito con Varanasi, Bodghaya y los templos eróticos de Khajuraho en el horizonte. A seguir estrujando el limón hasta el final pues, que después de esto quien sabe hasta cuando no tendré una experiencia tan sin igual.
Dharamsala se compone de diversas aldeítas, que se extienden por la falda de la montaña hasta los 1800 metros de altitud. El lugar en donde se encuentran la mayoría de albergues, hoteles y lugares de interés es Mc Leod Ganj, a 5 kilómetros de Lower Dharamsala, donde me dejó el autobús. Llegué ya de noche, tarde para coger un bus carretera arriba, así que me alojé allí mismo, en el primer hotelillo decente que encontré, el hotel Shiva. Contar como anécdota que esa noche no había ningún huésped (la verdad es que el hotel tenía pinta de no haber alojado a nadie en mucho tiempo…), así que la pasé solo allí dentro, todo para mí. El único personal era la dueña que, tras abrirme, me dio las llaves para que cerrara la puerta principal, y se fue a dormir a su casa, 100 metros más arriba.
Bueno, no se puede decir que estuviera totalmente solo…
Vistas de Mc Leod Ganj
Ya a la mañana siguiente cogí un autobús hasta Mc Leod Ganj, donde no me costó encontrar un alojamiento en condiciones a un precio módico. Subiendo por Bhagsu Road hay unos cuantos recomendados. Yo me alojé en la Loseling Guesthouse, regentado por unos monjes budistas muy apañados. Siguiendo por la misma carretera, se llega a la aldea de Bhagsu a 3 kilómetros. El paseo es bastante agradable y por el camino se puede disfrutar de unas vistas fantásticas. Pasando la aldea hay una cascada, que suele estar llena siempre de visitantes, pero no por ello deja de tener su encanto. Para empezar la visita no estuvo nada mal.
De nuevo en Mc Leod Ganj, me di mi primera vuelta por el pueblo. El primer punto de interés es el templo budista de Nagmyalma, construido para recordar a las personas que lucharon por la autonomía e independencia del Tibet. Esta rodeado por una hilera de cilindros que los fieles van girando al tiempo que recitan sus mantras y rodean el edificio en el sentido de las agujas del reloj.
Al final del pueblo se halla la residencia oficial del Dalai Lama. Éste, en ocasiones, concede audiencias públicas y da algunas conferencias, en las que los viajeros también son bienvenidos. Yo quise probar suerte y ver si por casualidad ese día había alguna, pero por lo que me dijo el de la recepción, para ello hacía falta registrarse con unos días de antelación, y aún así no estaba garantizada la asistencia. En fin, otra vez será.
Justo al lado de la casa del líder tibetano, se encuentra el monasterio de Namgyal donde conviven unos 200 monjes, que se reúnen en los aledaños para conversar, recitar sus oraciones y realizar sus ejercicios espirituales, en un ambiente muy distendido. El visitante es siempre acogido con una sonrisa, y para muchos es un placer el poder compartir una pequeña charla, siempre y cuando el lenguaje no suponga una barrera.
Me estaba sintiendo muy bien en este lugar, así que decidí agotar hasta el final mis mini vacaciones, y hacer la vuelta por la noche, en lugar de viajar durante el día, como lo tenía previsto. Así que aun me quedaba una segunda jornada para seguir disfrutando de la magia de esta tierra. Por la mañana, de nuevo me fui a hacer senderismo, haciendo la ruta hasta el lago Dal (unos 3 km.). El paseo hasta allí no está mal, aunque del lago solamente quede el nombre, ya que me lo encontré totalmente seco. Pero, sin duda, lo mejor fue la visita que hice a una de las aldeas infantiles que hay en Dharamsala, la TCV (Tibetan Children´s Village), una institución caritativa que se encarga del cuidado y la educación de unos 15.000 niños, muchos de ellos huérfanos, y otros con sus padres todavía en Tibet. Aparte del cuidado físico, psicológico y espiritual, la asociación imparte un modelo de educación, en el que el patrimonio cultural del Tibet está siempre presente, no solo a nivel lingüístico. Se trata de inculcar un sentimiento de identidad nacional, para que estos niños sigan manteniendo la esperanza y la ilusión de regresar algún día a su tierra natal.
Si queréis más información, o estuvierais interesados en realizar alguna donación económica o apadrinar un niño, aquí os dejo el email de contacto y la página web:
headoffice@tcv.org.in
www.tcv.org.in
En Dharamsala existen varias oportunidades de realizar trabajos voluntarios para la comunidad. Una de las asociaciones más activas en este aspecto es Lha (www.lhasocialwork,org), en cuya sede ya había estado durante el primer día, colaborando en clases de conversación en inglés, para exiliados tibetanos. Al día siguiente regresé a compartir un rato con ellos. Fue bastante interesante y, en ocasiones, emotivo, como aquel momento en el que hablábamos de nuestros sueños, y la mayoría ansiaban un Tibet libre y en paz. Me pareció una experiencia genial. Por otra parte, Lha también organiza numerosas actividades para los visitantes, como sesiones de yoga, cursos de tibetano, de masajes terapéuticos, o de cocina tibetana. Yo me matriculé en uno dedicado a hacer momos, una especie de pasta rellena de verdura y/o carne, muy típicos de la región. Aquí podéis ver el resultado:
Teng Zhuo, la profesora, un encanto de persona
Me dio mucha pena cuando tuve que partir. No sólo porque significaba la vuelta a casa y el fin de otro gran viaje, sino porque las emociones experimentadas en los dos últimos días fueron tales que la estancia en Dharamsala se me hizo cortísima. Ha sido uno de los lugares visitados en los que mejor me he sentido en todo momento. Me quedé con ganas de más, pero bueno, esto me pasa cada vez que me voy de vacaciones.
Desde entonces hasta el día de hoy, han pasado ya más de dos semanas, en las que casi no he tenido un respiro. El trabajo se ha duplicado justo ahora que me queda menos de un mes para mi partida. Aparte tuve unos días especialmente complicados en los que traté de conseguir la extensión del visado, luchando contra la necia y kafkiana burocracia india. Una pesadilla que, por suerte, acabo bien. Pero lejos de estresarme, sigo intentando ver lo positivo que todavía me queda por vivir aquí. De momento, este lunes voy por fin a Agra, a visitar el Taj Mahal, y a finales de mes, el último viajecito con Varanasi, Bodghaya y los templos eróticos de Khajuraho en el horizonte. A seguir estrujando el limón hasta el final pues, que después de esto quien sabe hasta cuando no tendré una experiencia tan sin igual.
martes, 8 de septiembre de 2009
Amritsar, el feudo de los sijs
Antes de llegar a Amritsar, iba un poco con la mosca detrás de la oreja, debido a que algunas guías de viaje desaconsejaban su visita. Por lo que había leido, hasta no hace muchos años, los sijs hicieron de la ciudad su bastión desde donde reivindicar su identidad y autonomía, y exigir un territorio independiente: Khalistán. Ello provocó numerosos enfrentamientos con los militares hindús, que respondieron con medidas represivas contra esta minoría religiosa. Hoy día, el afán separatista sigue aun latente y la chispa puede volver a saltar en cualquier momento. Pese a todo, puedo dar fe que, al menos en estos momentos, no hay motivos por los que sentirse inseguro, la gente es muy acogedora y simpática, y se puede visitar cualquier rincón con toda tranquilidad.
Mi deseo de pasar por este lugar vino a raíz de una película que vi hace ya algunos años, cuando aun no había salido ni tan siquiera de España. Se llamaba “Bodas y Prejuicios”, una comedia romántica del montón, que contaba con el reparto con la bellísima actriz india Aishwarya Ray. La historia estaba ambientada en Amritsar, y en el momento en que la vi, pensé inmediatamente que algún día en mi vida tendría que visitarla, principalmente por su famoso templo de oro, que me dejó fascinado. Al final así ha sido y he tenido la suerte de verlo delante de mí y disfrutarlo desde todos los ángulos. No imagináis la ilusión me hizo.
El templo de oro es, con diferencia, la principal atracción de Amritsar. Se trata de un complejo magnifico, compuesto de diversos edificios, y un estanque sagrado en cuyo centro se halla el templo en cuestión, al que se accede a través de una pasarela. En su interior se guardan las sagradas escrituras de los sijs.
Antes de entrar es necesario cubrirse la cabeza, descalzarse y lavarse los pies. Una vez dentro, el ambiente que se respira es sensacional, lleno de buenas vibraciones. Montones de peregrinos que pasean rodeando el templo, se bañan en el estanque o se sientan a reposar a la sombra de las galerías. No sé el tiempo que pasé allí, pero la verdad es que se me pasó enseguida. Me dio muy buen rollo aquel sitio, si señor.
Los sijs son monoteístas, creen en un dios único y universal, el cual no tiene porque ser representado con forma humana. A pesar de ello, comparte algunos dogmas con el hinduismo, como la creencia en la reencarnación, aunque se opone al sistema de castas. Su fundador fue el gurú Nanak que en el siglo XV difundió sus ideas entre musulmanes e hindúes con el objetivo de limar diferencias y encontrar una fe única y común. No pudo conseguir su noble propósito, pero si logró captar suficientes discípulos para constituir un nuevo dogma y hacer del sijismo una de las religiones más profesada en la India (alrededor de 19 millones de creyentes).
Los preceptos principales de los sijs más ortodoxos se concretan en el credo de las 5 K:
- Kesh, que significa pelo, el cual no se cortan nunca y llevan cuidadosamente recogido en su turbante, el rasgo más distintivo junto a las largas barbas.
- Khanga, un peine de madera, que usan para recogerse el pelo.
- Kara, una pulsera de metal.
- Kacha, una especia de taparrabos hecho de algodón, que se usa como ropa interior.
- Kirpan, una pequeña daga, de la que nunca se desprenden, ni siquiera para darse el baño.
El segundo gran punto de interés en Amritsar es el Jallianwala Bagh, jardín memorial construido para conmemorar la masacre ocurrida en 1919, en la que el ejército británico, liderado por el general Dyer, disparó a quemarropa a un grupo de indios indefensos y desarmados, que se encontraban allí reunidos. El tiroteo tuvo lugar a sangre fría, sin previo aviso ni orden a la multitud para que se dispersara. Se estima que en ese momento había allí algo más de 15.000 personas, de las cuales 379 fueron asesinadas y unas 1200 heridas. Sin duda, el episodio más terrible durante el periodo colonial. En el interior del recinto, una llama arde para recordar a los caídos, y en los muros aún se pueden ver los restos de la tragedia en forma de disparos de bala.
Antes de coger otro abominable autobús, esta vez camino de Dharamsala, me di un paseíto por los alrededores del templo de oro, explorando la ciudad antigua, con sus calles estrechas y su caótico trasiego de vehículos cargados de la más variada mercancía. Al igual que en los aledaños del estanque sagrado, la gente se comportó genial conmigo y las buenas vibraciones me siguieron acompañando. De vez en cuando alguien me paraba para preguntarme que de donde venían, me invitaban a sentarme con ellos, a compartir un té o algo de comer. Casi que me hubiera quedado un tiempo más por allí, pero todavía me esperaba un lugar más, que acabaría por superar, a nivel de vivencias positivas, a todos los anteriores.
Mi deseo de pasar por este lugar vino a raíz de una película que vi hace ya algunos años, cuando aun no había salido ni tan siquiera de España. Se llamaba “Bodas y Prejuicios”, una comedia romántica del montón, que contaba con el reparto con la bellísima actriz india Aishwarya Ray. La historia estaba ambientada en Amritsar, y en el momento en que la vi, pensé inmediatamente que algún día en mi vida tendría que visitarla, principalmente por su famoso templo de oro, que me dejó fascinado. Al final así ha sido y he tenido la suerte de verlo delante de mí y disfrutarlo desde todos los ángulos. No imagináis la ilusión me hizo.
El templo de oro es, con diferencia, la principal atracción de Amritsar. Se trata de un complejo magnifico, compuesto de diversos edificios, y un estanque sagrado en cuyo centro se halla el templo en cuestión, al que se accede a través de una pasarela. En su interior se guardan las sagradas escrituras de los sijs.
Antes de entrar es necesario cubrirse la cabeza, descalzarse y lavarse los pies. Una vez dentro, el ambiente que se respira es sensacional, lleno de buenas vibraciones. Montones de peregrinos que pasean rodeando el templo, se bañan en el estanque o se sientan a reposar a la sombra de las galerías. No sé el tiempo que pasé allí, pero la verdad es que se me pasó enseguida. Me dio muy buen rollo aquel sitio, si señor.
Los sijs son monoteístas, creen en un dios único y universal, el cual no tiene porque ser representado con forma humana. A pesar de ello, comparte algunos dogmas con el hinduismo, como la creencia en la reencarnación, aunque se opone al sistema de castas. Su fundador fue el gurú Nanak que en el siglo XV difundió sus ideas entre musulmanes e hindúes con el objetivo de limar diferencias y encontrar una fe única y común. No pudo conseguir su noble propósito, pero si logró captar suficientes discípulos para constituir un nuevo dogma y hacer del sijismo una de las religiones más profesada en la India (alrededor de 19 millones de creyentes).
Los preceptos principales de los sijs más ortodoxos se concretan en el credo de las 5 K:
- Kesh, que significa pelo, el cual no se cortan nunca y llevan cuidadosamente recogido en su turbante, el rasgo más distintivo junto a las largas barbas.
- Khanga, un peine de madera, que usan para recogerse el pelo.
- Kara, una pulsera de metal.
- Kacha, una especia de taparrabos hecho de algodón, que se usa como ropa interior.
- Kirpan, una pequeña daga, de la que nunca se desprenden, ni siquiera para darse el baño.
El segundo gran punto de interés en Amritsar es el Jallianwala Bagh, jardín memorial construido para conmemorar la masacre ocurrida en 1919, en la que el ejército británico, liderado por el general Dyer, disparó a quemarropa a un grupo de indios indefensos y desarmados, que se encontraban allí reunidos. El tiroteo tuvo lugar a sangre fría, sin previo aviso ni orden a la multitud para que se dispersara. Se estima que en ese momento había allí algo más de 15.000 personas, de las cuales 379 fueron asesinadas y unas 1200 heridas. Sin duda, el episodio más terrible durante el periodo colonial. En el interior del recinto, una llama arde para recordar a los caídos, y en los muros aún se pueden ver los restos de la tragedia en forma de disparos de bala.
Antes de coger otro abominable autobús, esta vez camino de Dharamsala, me di un paseíto por los alrededores del templo de oro, explorando la ciudad antigua, con sus calles estrechas y su caótico trasiego de vehículos cargados de la más variada mercancía. Al igual que en los aledaños del estanque sagrado, la gente se comportó genial conmigo y las buenas vibraciones me siguieron acompañando. De vez en cuando alguien me paraba para preguntarme que de donde venían, me invitaban a sentarme con ellos, a compartir un té o algo de comer. Casi que me hubiera quedado un tiempo más por allí, pero todavía me esperaba un lugar más, que acabaría por superar, a nivel de vivencias positivas, a todos los anteriores.
viernes, 4 de septiembre de 2009
Mussoorie, en las faldas del Himalaya
Conocida como la reina de las montañas, a 2000 metros sobre el nivel del mar, la estación de montaña de Mussoorie es uno de los destinos turísticos más importantes para los indios durante el verano, debido especialmente a su agradable y refrescante temperatura. Fue fundada durante el periodo colonial, cuando los ingleses se establecieron aquí escapando de los calores de la llanura. Aparte de su fresca y limpia atmósfera, y la formidable naturaleza, destacan las maravillosas vistas del Himalaya que pueden apreciarse, eso si, siempre y cuando el tiempo lo permita. En mi caso no fue así, y las nubes estropearon un poco el encanto del lugar. Aun así, la visita valió la pena, al menos para desconectar del alboroto en torno al Ganges. Me alojé en un acogedor hotelito, el Broadway, desde cuyo balcón se disfruta de un panorama tal que así. Fantástico despertar.
Existen diversos caminos por los que recorrer el pueblo y admirar el excelente paisaje que lo rodea. El principal es Camel´s Back Road, que cubre una distancia de 3 kilómetros. Lo hice por la mañana y en ese momento, aun se podían vislumbrar algunos picos del Himalaya en el horizonte. Por suerte, esta vez no aparecieron ni motoristas colocados ni nada que fastidiara el paseo. Fue genial, las vistas, la calma, los sonidos de la naturaleza…. Sin polución, sin pitidos de coches, sin basura acumulada en los rincones. Por un momento parecía como si no estuviera en la India. Necesitaba algo así, la verdad.
Cogiendo un autobús o taxi desde la parada de la Biblioteca, se puede llegar a las Kempty Falls, unas cataratas que me había recomendado un chaval en el viaje desde Rishikesh. Allí me planté, esperando encontrar una maravilla de la naturaleza, pero lejos de esto, el lugar es más bien algo parecido a un parque acuático, con gente en bañador montada en flotadores, niños chillando y dando la vara, y madres histéricas regañándolos. Un desperdicio de tiempo, aunque de vuelta a la parada de autobús, pude descubrir que la parte de arriba no estaba tan mal.
De nuevo en el pueblo, me puse a dar vueltas, explorándolo de punta a punta, sin prisas, disfrutando de la tranquilidad de sus calles y la cordialidad de sus habitantes. Antes de irme tenía en mente subir hasta Gun Hill, el punto más alto de la localidad, hasta el que se puede acceder en teleférico. Desde aquí se supone que se divisan las mejores vistas del Himalaya. Pero durante el mediodía, un espeso manto de nubes cubrió el pueblo y los alrededores, con lo que pasé de ascender en vano. Esperé un rato a ver si se despejaba un poco el asunto, pero nada, la cosa iba a peor, así que opté por largarme de vuelta a Haridwar, en busca del tren nocturno que me conduciría a Amritsar, mi siguiente destino.
Pese a quedarme con las ganas de ver las nieves del Himalaya, no lo pasé mal en Mussoorie. Fue el lugar ideal de transición, justo a la mitad del viaje, para coger fuerzas, refrescar cuerpo y mente, y respirar aire limpio, cosa difícil por estos lares.
El viaje hasta Haridwar se hizo eterno, montado en un autobús con un conductor kamikaze (¿y quién no lo es aquí?), zigzagueando cuesta abajo a toda pastilla, a través de curvas cerradísimas, y sin ninguna consideración por los pasajeros que lleva. Por él como si portara cactus, total, si de todas formas nadie se queja.
Existen diversos caminos por los que recorrer el pueblo y admirar el excelente paisaje que lo rodea. El principal es Camel´s Back Road, que cubre una distancia de 3 kilómetros. Lo hice por la mañana y en ese momento, aun se podían vislumbrar algunos picos del Himalaya en el horizonte. Por suerte, esta vez no aparecieron ni motoristas colocados ni nada que fastidiara el paseo. Fue genial, las vistas, la calma, los sonidos de la naturaleza…. Sin polución, sin pitidos de coches, sin basura acumulada en los rincones. Por un momento parecía como si no estuviera en la India. Necesitaba algo así, la verdad.
Cogiendo un autobús o taxi desde la parada de la Biblioteca, se puede llegar a las Kempty Falls, unas cataratas que me había recomendado un chaval en el viaje desde Rishikesh. Allí me planté, esperando encontrar una maravilla de la naturaleza, pero lejos de esto, el lugar es más bien algo parecido a un parque acuático, con gente en bañador montada en flotadores, niños chillando y dando la vara, y madres histéricas regañándolos. Un desperdicio de tiempo, aunque de vuelta a la parada de autobús, pude descubrir que la parte de arriba no estaba tan mal.
De nuevo en el pueblo, me puse a dar vueltas, explorándolo de punta a punta, sin prisas, disfrutando de la tranquilidad de sus calles y la cordialidad de sus habitantes. Antes de irme tenía en mente subir hasta Gun Hill, el punto más alto de la localidad, hasta el que se puede acceder en teleférico. Desde aquí se supone que se divisan las mejores vistas del Himalaya. Pero durante el mediodía, un espeso manto de nubes cubrió el pueblo y los alrededores, con lo que pasé de ascender en vano. Esperé un rato a ver si se despejaba un poco el asunto, pero nada, la cosa iba a peor, así que opté por largarme de vuelta a Haridwar, en busca del tren nocturno que me conduciría a Amritsar, mi siguiente destino.
Pese a quedarme con las ganas de ver las nieves del Himalaya, no lo pasé mal en Mussoorie. Fue el lugar ideal de transición, justo a la mitad del viaje, para coger fuerzas, refrescar cuerpo y mente, y respirar aire limpio, cosa difícil por estos lares.
El viaje hasta Haridwar se hizo eterno, montado en un autobús con un conductor kamikaze (¿y quién no lo es aquí?), zigzagueando cuesta abajo a toda pastilla, a través de curvas cerradísimas, y sin ninguna consideración por los pasajeros que lleva. Por él como si portara cactus, total, si de todas formas nadie se queja.
martes, 1 de septiembre de 2009
Rishikesh, la capital del yoga
Durante los años 60, Rishikesh, una pequeña ciudad situada en los primeros contrafuertes del Himalaya, cobró fama internacional cuando los Beatles se dejaron caer por allí para descubrir los secretos del yoga y la meditación trascendental. Desde entonces hasta nuestros días, son miles de personas, muchos llegados de occidente, los que pasan por la ciudad, en busca de retiro espiritual y atraídos por la gran cantidad de escuelas de yoga que existen en la zona. Me recordó un poco a Pushkar, por la cantidad de neo-hippies, gurús y demás, que dan un particular colorido a la zona.
La primera tarde, tras una ducha en el hotel donde me alojé (el New Bhandari Swiss Cottage, un sitio encantador que os recomiendo), bajé a explorar las calles y los ghats del Ganges a ver lo que me encontraba. Montones de puestos con parafernalia religiosa, libros de yoga y meditación, velas, incienso, ropa hippie, etc, y muchos peregrinos, hombres santos, los sadhus, reconocibles por su aspecto excéntrico y su larga cabellera enrollada en un moño y cubierta de cenizas, en honor a Shiva. Ya al caer la tarde, finalicé el paseo en un templo dedicado a este mismo dios, donde se celebraba una ceremonia con concierto incluido.
Puente de Lakshman Jhula.
Vista desde la terraza del restaurante Tip Top, ideal para disfrutar de un lassi a la orilla del Ganges.
A la mañana siguiente me fui a hacer senderismo, una de las actividades más populares a realizar en los alrededores de Rishikesh. Cogí una carreterita que asciende hasta las montañas, desde la que disfrute de unas vistas espectaculares del Ganges y los templos aledaños. Iba en busca de unos saltos de agua que al parecer no había que perderse. Pero, cuando ya llevaba una hora caminando, ocurrió un episodio bastante extraño, imposible de imaginar que pudiera pasar aquí en la India. Resulta que de repente, dos tipos en una motocicleta me cortaron el paso. Uno de ellos, con cara de haberse metido de todo, se bajó del vehículo y empezó a chapurrear algo entre hindi e inglés. Conseguí entender algo así como que yo estaba solo, que ellos eran dos, no se que, no se cuantos, “I kill you” (te mato). En ese momento me quedé pillado, sin saber como reaccionar. Lo único que se me ocurrió fue decirle que yo era un hombre de paz (“meen shantivala huun”), me di la vuelta y me piré por donde había llegado. Y ahí se quedó la cosa, ni me pidieron dinero, ni me tocaron un pelo, lo mismo solo pretendían darme un susto. Si es así, pues lo consiguieron, no me la quise jugar y preferir ser prudente. Nunca se sabe como habrían reaccionado si hubiera seguido adelante como si tal cosa.
Como digo, esto es algo que no suele pasar en este país. Sigo pensando que es el lugar más seguro que existe para viajar solo, y que esto que me pasó es solo una excepción, que lo mismo no era más que una broma de mal gusto. Pero ya se sabe que, por desgracia, zumbados y mala gente hay en todas partes, y que uno nunca puede estar seguro de lo que se puede encontrar cuando viaja solo.
Volviendo a la ciudad, sentado a un lado de la carretera, me encontré a un hombre mayor, un peregrino, con el que me detuve un rato a charlar y a tranquilizarme después del mal trago. Su nombre Lakshminarayan, e iba camino de Katmandu, dispuesto a atravesar los Himalayas. Me estuvo contando su viaje desde su pueblo natal, y sus experiencias a través de los caminos, que recorría a pie, con un pequeño macuto como equipaje. El tiempo que pasé con él me alegró la mañana definitivamente.
Ya de nuevo en Rishikesh, el calor empezaba a apretar, así que decidí hacer algo que ya me dieron ganas de hacer en Haridwar: darme un chapuzón en el Ganges. Aunque en mi caso, más que por ritual sagrado lo hice simplemente para refrescarme un poco. Es verdad que el rio sagrado a su paso por la llanura, es como una cloaca al aire libre, pero aquí las aguas están recién llegadas de las montañas y no tenían tan mala pinta. Al rato, veo que tres personas se acercan, uno de ellos cámara en mano, y otro haciendo fotos, y me dicen que están trabajando para una televisión australiana. Me preguntaron que si sabía hacer yoga y que si podría colaborar con ellos para su reportaje. Les dije que sin problema, así que allí me planté sentado en los escalones en la postura del loto (la única que sé), con las piernas cruzadas, y empecé a hacer algunos ejercicios, mientras que los curiosos se iban acercando, entre el asombro y el cachondeo. He de reconocer que me estaba descojonando por dentro por lo surrealista de la situación. Yo que solo estaba allí para darme un bañito rápido para matar el calor, y acabo rodeado de gente, participando en un documental sobre extranjeros que vienen a Rishikesh a hacer yoga. Si es que tengo un imán para estas cosas. A ver si me llego un día al estudio (está en la misma Delhi) y les pido una copia del video, que os vais a partir.
Así que, entre los motoristas perdonavidas y el cachondeo en torno al baño en el rio, creo que va a ser difícil que se me olvide esta etapa. Sin duda, una de las más animadas, aunque los mejores momentos del viaje estaban por llegar. Esa misma tarde me encaminé hacia Mussoorie, a 76 kilómetros, una estación de montaña lejos del ajetreo asociado al Ganges. Un sitio ideal para cargar las pilas y dejar atrás el calor, que ya comenzaba a ser insoportable.
La primera tarde, tras una ducha en el hotel donde me alojé (el New Bhandari Swiss Cottage, un sitio encantador que os recomiendo), bajé a explorar las calles y los ghats del Ganges a ver lo que me encontraba. Montones de puestos con parafernalia religiosa, libros de yoga y meditación, velas, incienso, ropa hippie, etc, y muchos peregrinos, hombres santos, los sadhus, reconocibles por su aspecto excéntrico y su larga cabellera enrollada en un moño y cubierta de cenizas, en honor a Shiva. Ya al caer la tarde, finalicé el paseo en un templo dedicado a este mismo dios, donde se celebraba una ceremonia con concierto incluido.
Puente de Lakshman Jhula.
Vista desde la terraza del restaurante Tip Top, ideal para disfrutar de un lassi a la orilla del Ganges.
A la mañana siguiente me fui a hacer senderismo, una de las actividades más populares a realizar en los alrededores de Rishikesh. Cogí una carreterita que asciende hasta las montañas, desde la que disfrute de unas vistas espectaculares del Ganges y los templos aledaños. Iba en busca de unos saltos de agua que al parecer no había que perderse. Pero, cuando ya llevaba una hora caminando, ocurrió un episodio bastante extraño, imposible de imaginar que pudiera pasar aquí en la India. Resulta que de repente, dos tipos en una motocicleta me cortaron el paso. Uno de ellos, con cara de haberse metido de todo, se bajó del vehículo y empezó a chapurrear algo entre hindi e inglés. Conseguí entender algo así como que yo estaba solo, que ellos eran dos, no se que, no se cuantos, “I kill you” (te mato). En ese momento me quedé pillado, sin saber como reaccionar. Lo único que se me ocurrió fue decirle que yo era un hombre de paz (“meen shantivala huun”), me di la vuelta y me piré por donde había llegado. Y ahí se quedó la cosa, ni me pidieron dinero, ni me tocaron un pelo, lo mismo solo pretendían darme un susto. Si es así, pues lo consiguieron, no me la quise jugar y preferir ser prudente. Nunca se sabe como habrían reaccionado si hubiera seguido adelante como si tal cosa.
Como digo, esto es algo que no suele pasar en este país. Sigo pensando que es el lugar más seguro que existe para viajar solo, y que esto que me pasó es solo una excepción, que lo mismo no era más que una broma de mal gusto. Pero ya se sabe que, por desgracia, zumbados y mala gente hay en todas partes, y que uno nunca puede estar seguro de lo que se puede encontrar cuando viaja solo.
Volviendo a la ciudad, sentado a un lado de la carretera, me encontré a un hombre mayor, un peregrino, con el que me detuve un rato a charlar y a tranquilizarme después del mal trago. Su nombre Lakshminarayan, e iba camino de Katmandu, dispuesto a atravesar los Himalayas. Me estuvo contando su viaje desde su pueblo natal, y sus experiencias a través de los caminos, que recorría a pie, con un pequeño macuto como equipaje. El tiempo que pasé con él me alegró la mañana definitivamente.
Ya de nuevo en Rishikesh, el calor empezaba a apretar, así que decidí hacer algo que ya me dieron ganas de hacer en Haridwar: darme un chapuzón en el Ganges. Aunque en mi caso, más que por ritual sagrado lo hice simplemente para refrescarme un poco. Es verdad que el rio sagrado a su paso por la llanura, es como una cloaca al aire libre, pero aquí las aguas están recién llegadas de las montañas y no tenían tan mala pinta. Al rato, veo que tres personas se acercan, uno de ellos cámara en mano, y otro haciendo fotos, y me dicen que están trabajando para una televisión australiana. Me preguntaron que si sabía hacer yoga y que si podría colaborar con ellos para su reportaje. Les dije que sin problema, así que allí me planté sentado en los escalones en la postura del loto (la única que sé), con las piernas cruzadas, y empecé a hacer algunos ejercicios, mientras que los curiosos se iban acercando, entre el asombro y el cachondeo. He de reconocer que me estaba descojonando por dentro por lo surrealista de la situación. Yo que solo estaba allí para darme un bañito rápido para matar el calor, y acabo rodeado de gente, participando en un documental sobre extranjeros que vienen a Rishikesh a hacer yoga. Si es que tengo un imán para estas cosas. A ver si me llego un día al estudio (está en la misma Delhi) y les pido una copia del video, que os vais a partir.
Así que, entre los motoristas perdonavidas y el cachondeo en torno al baño en el rio, creo que va a ser difícil que se me olvide esta etapa. Sin duda, una de las más animadas, aunque los mejores momentos del viaje estaban por llegar. Esa misma tarde me encaminé hacia Mussoorie, a 76 kilómetros, una estación de montaña lejos del ajetreo asociado al Ganges. Un sitio ideal para cargar las pilas y dejar atrás el calor, que ya comenzaba a ser insoportable.
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